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El contrato no escrito


Pesqué al cuarto, Jack, en el lugar y las circunstancias más ABSURDAS que hubiera podido imaginar.


Resulta que, por febrero del año siguiente a la construcción de la colina, me encontraba desayunando en la cafetería de la escuela. La cafetería estaba rodeada de pequeños montículos, árboles y hierbas silvestres, más o menos de ésos que gustan a los habitantes de las colinas, pero cuando anduve de caza mi corta imaginación y mi cuestionable lógica desecharon de mi cabeza el ir a buscar ahí. ¿De dónde iba a andar creyéndome que en un lugar así, todo método científico, todo confusión mental, podría haber habitantes de las colinas? Había ratas, cierto; y lagartijas y conejos y ardillas y una que otra culebra y pasando los anteriores términos al género humano... Bueno, a decir verdad, me arriesgo aún al afirmar que no había gente de las colinas. Pero lo considero poco probable. Ésos que vi eran viajeros cazadores y no llegué a saber mucho más sobre ellos.


Bien, estaba comiéndome un sandwich, cuando noté que un arbusto se movía suavemente. Y que de pronto aparece un grupito numeroso... e inconfundible. ¡Me quedé pasmada! Todos eran bastante espigaditos, vestían de verde y portaban un arco largo. Tenían el tamaño de un lápiz. No parecían advertir mi mirada, ni a mis compañeros, que desayunaban junto a mí.
Con curiosidad y emoción volqué los libros y las plumas y con el morral preparado salí cautelosamente. El grupo no se dio cuenta de mi presencia y mis propósitos hasta que ya casi me tuvieron encima, y entonces echaron a correr en todas direcciones. Algunos se ocultaron entre el zacate, otros desaparecieron con un chispazo. Había uno mucho más lento que los demás. A ése fue a quien atrapé. Lancé la bolsa, y con él agitándose frenéticamente dentro, corrí el cierre. El animalito siguió sacudiéndose un rato, pero acabó calmándose.

Abandonando almuerzo y útiles escolares, me encaminé a un salón vacío, cerré puertas y ventanas y vacié la bolsa sobre un escritorio.


Apareció un exhausto habitante de las colinas, de piel blanca y cabellos rubios. Tenía una cara afilada tan bien hecha como para entiesar a cualquiera. Era delgado, por no decir francamente huesudo, pero su porte tenía cierta apostura que recordaba a Pratch y a los elfos en general.


Habló el primero, cosa imprevisiblemente extraña. Me dijo con voz nerviosa e inquieta montón de cosas en un idioma desconocido que hubiera jurado que era inglés, de no ser porque no era inglés (no el que yo conocía, por lo menos). Me apuntó con el arco, pero, como no me moví, lo bajó. Después dijo algo que pude entender: "¿Qué pretendéis hacer conmigo?"


No supe qué contestar, más bien, no sabía si debía contestar. El asunto de que me dirigiera la palabra me había desconcertado. Qué decir: te atrapé porque quiero que te quedes conmigo en mi colina, que te conviertas en personaje de mis cuentos... pero este animalito parecía ser ya personaje de algún cuento. Me parecía... no sé... le pregunté si tenía nombre.


John. John de Farwood. ¿De dónde?, chasquee los dedos un par de veces. ¿Qué no es eso inglés? Farwood... me sonaba...ah, por supuesto, me recordaba a Mirkwood, el Bosque Negro de las historias del Profesor Tolkien, y a Sherwood, de los relatos de Robin Hood. Entonces, ¿qué diantre...?


- John, ¿tienes dueño? ¿Vives por aquí?... - actuó como si no hubiera entendido mi pregunta. ¿Por qué?


- Mira, creo que te voy a dar otro nombre - le dije, toda insegura. Tras meditar un instante -. Jack... ¿te parece Jack?


No estaba preparada para su reacción. De improviso se reflejó en su cara tal expresión de angustia, de dolor en serio, que primero pensé que estaba lastimado, y luego, al comprender, tuve ganas de pegarme una trompada. Así que el nombre era también una especie de atadura, como el agua. ¿Qué le acababa de quitar junto con su nombre antiguo? Absolutamente desconcertada, empujé a John con delicadeza dentro de la bolsa y me fui a clases.


Jack. Por el escritor Vance. Así le decían a C.S. Lewis. También era el nombre de un perro muy buena onda que vivía cerca de mi casa. En inglés. Porque Jack era inglés. Por supuesto.


Las últimas horas de clase fueron un infierno. Primero, porque mi aturdimiento no me dejaba pensar, y segundo, porque tuvimos examen sorpresa de Mate, y me fue de la patada. Me urgía hablar con Aasin.


Llegué a casa, presenté a Jack y le di el baño correspondiente. Jack estrechó las manos a Pratch y a Aasin y le brillaron los ojos un segundo cuando le acarició a Stancie el copetito, pero no dijo nada, y, tras el baño ritual, se fue flotando al pie de la bugambilia, apartado de todos.


Unos días pasaron, y las cosas sin novedad. Jack seguía sin moverse de su lugar. Se veía deprimido, y no aceptaba la comida que le llevaba. Yo no sabía qué hacer. Por fin, tomé una decisión: lo soltaría, si no quedaba otra. Ya había sido bastante tiempo de andar con egoísmos. Jack no me pertenecía, aunque me había encariñado de veras con él; no puede andarse reteniendo ni lo que se ama. Ajá, esa misma noche le ofrecería su libertad.


Estaba en mi escritorio, embebida en alguna tarea, cuando, en el patio, oí a Pratch. Hablaba con Jack. No levanté la mirada, pero presté atención.


- Hola, tú - estaba diciendo Pratch -. Me gustaría saber si andas bien -. No alcancé a oír más respuesta que una especie de suspiro -. Yo nací en el hueco de un árbol, ¿sabes? En tierras nórdicas, al otro lado del mar.


Me pareció que Jack volvía a suspirar.


- Nací al otro lado del mar, bajo un círculo de piedras - contestó, muy bajo.


- Bueno, venimos más o menos de las mismas tierras - pausa -. ¿Te gustan las historias?


- Sí, a veces.


- ¿Te gusta el teatro.


- Mmm... no he visto mucho.


- A mí me llevan con frecuencia. Teatro y cine. Sé leer y me han pasado varios guiones. Ah, y he aprendido a actuar y me he colado en representaciones de donde quiera. ¿No me crees? No tiene importancia; cualquiera sabe representar. Si se me ocurriera trabajar en teatro y cine, me darían el personaje más envarado de la obra. Me tildan de calmado y aburrido. Cuando hago de Pratch actúo así, ¿sabes?


Fruncí el ceño. ¿A dónde pretendería llegar el condenado ése?


"Pero si actuáramos tú y yo juntos, haríamos el contraste ideal para una producción sorprendente. ¿Qué tal un solo acto, en una cárcel? Yo tendría el personaje cómico y tú el trágico. Yo sería el ladrón y tú el asesino. ¿Qué te parece? Tú te estarías muriendo en el piso de la celda y yo caminando, haciendo círculos y llamándote de todo. Sé utilizar lenguaje fuerte de vez en cuando. Lo aprendí de los libros y de la calle. Si lo uso, me regañan. No me importa. Te puedo enseñar.


"Veamos una representación. Mira allá arriba.


Entonces empezaron los chillidos en la calle. Sobresaltada. levanté la cabeza. Un joven vecino estaba trepado en su azotea, gritándole quién sabe a quién:


- ¡Animal! ¡Animal! ¡Animal! ¡Animal! ¡Cómo eres animal!


Los transeúntes, como si nada. Los gritos cesaron al cabo de un minuto. Pratch soltó una risita sangrona.


- Magníficos animales - canturreó -, se ve que los gusta sonreír.


Me llegó otra risa, contenida a medias: la risa de Jack.


- Supongo que prestaste atención al libreto. Es un monólogo, algo repetitivo... - siguió comentando Pratch. A Jack se le escapó una carcajada. Maldita sea. Todo ánimo de hablar con él se me enfrió.


Esa noche, Jack aceptó un pedazo de pan con mantequilla y algo de leche. Le dije que me entristecía verlo tan quieto y desanimado, y él asintió, nada más. A lo largo de las semanas siguientes, me resultó un consuelo darme cuenta de que Pratch y él se habían hecho amiguísimos. Aunque Aasin y Stancie se desvivían para hacerlo reír, Pratch era el único que lo conseguía, algunas veces por medio de sus rollos teatrales, otras por explicaciones teóricas de maldades escolares.
Por mi parte, de la manera más paulatina y desesperante fui rompiendo en hielo. Le pregunté a Jack de su casa, su familia... Él me respondió con toda calma, sin dejar de llamarme "señora" y "vos", a pesar de que le repetí una y otra vez que me tuteara. No conseguí sacarle mucho más que el asunto de su nacimiento al pie de un círculo monolítico -que, supe después, podría ser el mismo Stonehenge de Salisbury Hill-, datos insignificantes acerca de su vida en ese tal Farwood y su pérdida entre página y página de una historia interrumpida. ¿Sus orígenes en esa historia? Quizá Jack no fuera un elfo sino a medias. Su padre, decía. no había pertenecido a tal raza. ¿Posiblemente un humano?, quise insinuar. No lo sabía.


- Jack, ¿no te quieres quedar conmigo, siquiera una temporada? Estoy segura de que aquí nada te va a faltar - era lo que había ensayado decirle, una y otra vez. Por supuesto que no querría. -. Si no quieres, prometo devolverte tu nombre y tu libertad y olvidarme de que te vi y no hablarle a nadie de ti.


Porque más o menos así, se sugería en el folleto, se debía hacer si por casualidad un habitante de las colinas no da señales de adaptarse a su nuevo medio. El problema, decía a continuación el manual, era que, cuando se despojaba a un habitante de las colinas de una identidad otorgada se debilitaban sus defensas naturales y podía extraviarse en el camino de vuelta al mundo paralelo, su única esperanza de supervivencia. Confiaba en que, llegado el caso, a Jack no le ocurriera, puesto que ya había llegado a mí con un nombre y una especie de pasado. El día que me armé de valor para soltarlo, se me olvidó todo el rollo de arriba y simplemente llegué preguntándole si siempre se iba a quedar. Me contestó que lo pensaría. Valiente respuesta para mi nerviosismo.
No me quedó qué hacer más que rezar porque nunca dejara de pensarlo. Desde un principio supe que Jack era algo muy especial, y deseaba de veras que se quedara.


Un día, se me antojó salir de paseo con todos mis pequeños amigos. Jack, como ya me lo esperaba, declinó la invitación, y los demás lo dejamos con su exasperante actitud melancólica entre los retoños de violetas africanas.
Nos sentamos en un parque, y, claro, Jack fue el primer punto de conversación. Sin atreverme a exteriorizar demasiado mis sentimientos, escuché. Pratch decía que era mejor dejar ir a Jack antes de que se enfermara de tristeza, pero Aasin opinaba que simplemente se estaba haciendo de rogar.


- No sé qué es lo que tiene, pero no creo que se muere de ganas de irse - comentó, un poco molesta. Si bien había sido la primera en esforzarse porque Jack se la pasara bien, por lo visto ya estaba harta. Pratch le discutió, pero, rarísimo, acabó callándose. Lo que Aasin concluyó fue que hacía falta una prueba de fuego para que Jack mismo se decidiera a quedarse o no. Para nada sospechábamos que la tal prueba de fuego se iba a venir esa misma tarde.


De regreso, ya anocheciendo, me tiré en la cama, ya que no tenía tarea ese día. Entonces oí gritar a Aasin. Pratch, Stancie y ella estaban de pie en el patio. Al ir con ellos, poco faltó para que me pusiera a llorar en el acto. La jardinera estaba hecha pedazos en el suelo, y habían pisoteado las plantas. Los pedazos del espejo estaban regados por todas partes. En fin, ya no quedaba nada de mi hermosa colina. Y Jack no se veía por ninguna parte. Nos lanzamos como locos a buscarlo. Lo hallamos en un lote baldío no muy lejos: estaba encogido dentro de una lata de aceite, temblando y sudando frío. Me di cuenta que tenía sangre en la ropa. Con cuidado lo envolví en mi suéter y me lo llevé a la casa. Apenas pude mantener la calma, porque creí que se estaba muriendo. Mientras Pratch y Stancie contemplaban, cabizbajos y azorados, tomé el teléfono y marqué el número de una amiga estudiante de medicina. Cuando me contestó, me eché a llorar, y, arriesgándome a que me tildara de loca, le conté todo. No me pregunten cómo le hice, porque no tengo la más mínima idea; la cosa es que me creyó, y me dio instrucciones.


Jack tuvo que mostrarse por primera vez en su estatura de persona (que, como comprobé cuando se levantó, resultó altísima: 1.84), para que lo revisara y pudiera tomarse sus medicinas, una solución de penicilina y un anti-inflamatorio, en las cantidades que mi amiga había recetado. Sacándole detalles poco a poco, pude deducir más o menos qué había pasado: resulta que alguien o algo había ido expresamente a destruír la colina, y que Jack había peleado con ellos o ello. Las heridas que tenía Jack, dos cortes a la altura del estómago, eran un poco impresionantes ( aunque no eran muy profundas, se llevaron entre las dos cerca de treinta puntos) y obviamente, no eran ningún accidente. Pero Jack no quiso decir qué o quién había sido, y eso me sacó de onda al principio. Comencé a acumular sospechas ABSURDAS y toda clase de rencores, pero no llegué a nada. Aún tenía mis ratos de incredulidad entonces, y no se me ocurría la opción de amenazas sobrenaturales. Más tarde llegué a una que otra conclusión lógica, pero en ese momento, dado que Jack era lo que más importaba, Pratch y yo acordamos dejar de lado el asunto.


Mientras pasaba la crisis, Jack durmió en mi cama, y yo en la alfombra. Salvo cuando estaba en la escuela, me la pasaba todo el tiempo con él. En mi mesita de noche había una botella de suero oral sabor a rayos, que lo obligábamos a beber siempre que estaba despierto. Los días transcurrieron en el más completo aburrimiento. Los otros y yo nos la pasábamos leyendo, turnándonos el uso de los audífonos y el estéreo o a veces jugando Scrabble en voz muy, muy baja. Lo más difícil fue arreglármelas para que mi súbito ataque antisocial no llamara la atención, y que nadie intentara abrir mi puerta, cerrada con seguro. Si se hubieran enterado en mi casa...


Pratch, Aasin, Stancie y yo celebramos una especie de consejo en la bugambilia un día recién terminadas mis clases, mientras Jack tomaba la siesta. Por supuesto que el tema que yo quería tratar era quién podría haber ido a destrozarme la jardinera.


- ¿Qué importa quién haya sido? - dijo Aasin -. Lo que importa es que Jack la defendió. ¿No te basta eso? Eso quiere decir que no se va a ir.


- Bueno, si - respondí, aunque el asunto estaba lejos de bastarme -. Si hubiera querido se hubiera ido y ya -. Pero hablé. Lo que más me interesaba en ese momento era que el hecho no se volviera a repetir.


- Tengo una idea - apuntó Pratch, con los ojos brillantes -. Bueno - confesó, al ver que Stancie le echaba una mirada de reproche -, en realidad fue idea de Jack -. Y nos la explicó.


Esperábamos tener la sorpresa lista para cuando Jack se levantara. Como seis manos y cuatro pezuñas hacen las cosas más rápido, el asunto se resolvió en un dos por tres. Ese mismo atardecer le mostramos a Jack nuestra pequeña obra de arte: en la jardinera, reparada con pegamento blanco, habíamos reconstruído la colina, con musgo, semillas nuevas y retoños de flores. Y, en la cima, había una reproducción de un círculo megalítico hecha con pedazos de ladrillo.


La cara que puso Jack simplemente no es para descrito. Sin decir nada, y aunque todavía no tenía permitido salir, caminó hacia el patio, tomó su estatura mínima y se puso a contemplar los ladrillos y a tocarlos, una y otra vez. Aasin me miró, feliz. Lo que Pratch nos había contado es que Jack le había comentado en una ocasión que un círculo de estos, además de recordarle su lugar de origen, actuaría como un talismán de protección contra ataques posteriores. Nada se perdía probándolo, y de todas formas tener de nuevo la colina nos iba a hacer sentir mejor a todos. Al parecer, por lo menos la segunda parte estaba dando resultado.


Quizás, después de todo esto, ya no hacía falta hablar. Pero bueno, yo era un poco impaciente, y me gustaban las cosas claras. Tenía que estar segura.
Aquella noche, frente a unos problemas matemáticos que tenía que resolver para el día siguiente, llamé a Jack a mi escritorio. Jack se la había pasado descansando con la espalda recargada en uno de los ladrillos, con aire pensativo. Inmediatamente se puso de pie y saltó suavemente de la jardinera, volviendo a su estatura humana.


“¡Tan guapito que está, el condenado! Sólo que está un poco delgado” recuerdo que fue lo primero que pensé.


- Bueno, Jack - dije ya en voz alta -. Este... a lo mejor estoy importunándote, pero... bueno, qué carambas, es que ya no quiero estar así, sin saber qué va a pasar...


Me miró como si no entendiera.


- ¿Señora? - preguntó.


- Cuál señora, te digo que me hables de tú...Eh... bueno, la cosa es, caray... ¿siempre te vas a quedar o te vas a ir?


Jack se inclinó tan galantemente como se lo permitían las recientes heridas.
- Señora, creo que aún no habéis comprendido.


- ¿Qué es ese lenguaje? ¿Y de dónde sacas que soy señora? ¿Qué ya me conoces algo?... Mira, Jack, a lo que me refiero es... bueno, que me sentiría un poco más tranquila si me firmaras algo, bueno, algo que diga que no te me vas a ir en cualquier momento.


Desvié la mirada, porque no quería ver cuál era el efecto que producía mi falta de confianza.


- Mi señora - dijo entonces Jack -, estoy a vuestra disposición.


- Bueno... - la verdad, ya no tenía ganas de ofender a Jack sacando un papel y poniéndome a escribir. Además, ya me había dicho que con oírlo de su boca me bastaba. Y los únicos contratos que más o menos conocía eran los matrimoniales.


- Yo - y dije mi nombre al empezar a recitar - te tomo a ti, Jack, a mi servicio, y prometo amarte, protegerte y alimentarte todos los días de mi vida.


- Y yo, Jack de Farwood - continuó Jack - prometo quedarme con vos, señora, y obedeceros, amaros y protegeros todos los días de mi vida.


Por impulso, escribí mi nombre en el aire. Jack hizo lo mismo, y entonces, con mucha seriedad, nos dimos la mano y regresamos cada quien a nuestros asuntos.


Así quedó hecho el contrato sin papel. Ni qué decir que las cosas cambiaron a partir de entonces.


Y Jack me reservaba todavía algunas sorpresas. Sí, de algún modo, era muy diferente a los demás. Quizás, me daba por pensar, sí es cierto que su sangre tiene algo de humano. El primer día que lo llevé a clases, me di cuenta de otro detalle de su personalidad: que entregaba el corazón tan fácilmente como dar propina en el supermercado. Íbamos de regreso en el camión, y él ya se había encaprichado con una de mis compañeras, y peor aún, tenía que haber puesto los ojos en la única muchacha de la escuela que se persignaba y sacaba un rosario ante cualquier leve manifestación de paranormalidades. Cuando por fin convencimos a Jack de abandonar la cuestión, se extravió un día, y me lo fui a encontrar en la despensa, medio sumergido (literalmente) en un vaso de mezcal. Grandioso. Pero, ¿no era la prueba más obvia de que Jack, después de todo, estaba emparentado con mi raza? ¿Qué puede haber más humano que el enamoramiento y los vicios? Por supuesto, tras la tercera vez que me lo hallé vaciando una botella, la despensa se convirtió en un sitio vedado para él. En cuanto a mí, cuando, a pesar del lenguaje hiperformal, me sentí más familiar con Jack, se me ocurrió empezar a decirle “flaco”, para desquitarme de su eterno “señora”. Lo malo es que la costumbre no se me quitó ni siquiera cuando Jack me empezó a tutear.
Oh, por supuesto que Jack era algo especial, y se merecía un sitio especial en mi mente. No me olvidaba, no podía olvidarme, claro, de que, con contrato o sin él, Jack nunca me pertenecería totalmente. Lo había sabido desde un principio. He aquí lo que escribí en mi diario el día que lo hallé:


“Cuando a Jack se le ocurra aparecer en alguna de mis historias, seguro va a ser causa de controversias. Todo el mundo va a creer que es una fusilería de quién sabe qué tantos personajes más. Lo sé. No hay nada qué hacer. Cuando lo encontré ya tenía nombre, lengua y una especie de pasado. Llegó de alguna parte y lo pesqué sin permiso. Mientras no nos quiera dejar, está bien”.

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