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El Santuario del Mar


El lugar se sentía húmedo, y hubiera estado muy oscuro a no ser por el brillo fantasmal que emitían las paredes. Los siete hombres, sentados en círculo en el centro del cuarto, guardaban silencio. Parecía como si temieran inclusive respirar demasiado alto.

Por fin, uno de ellos habló.

- ¿Será de día, o de noche? - susurró.

Otro se encogió de hombros.

- Qué importa - respondió, en el mismo tono de voz -. Para él es lo mismo.

- No se está moviendo. Hace días que no se mueve - dijo el primero. Se volvió hacia el hombre que se sentaba junto a él. Éste tenía la cabeza inclinada hacia el piso, y los hombros echados hacia adelante. Los cabellos largos y oscuros le cubrían por completo la cara. Su compañero lo miró con preocupación -.Señor - le dijo -. Señor, ¿se siente mal?

La cabeza inclinada se levantó un poco.

- Estoy bien - contestó una voz cansada -. Estaba... estaba rezando... nada más.

Su compañero abrió la boca, pero el que había hablado con él le indicó a señas que cesara la conversación. El grupo se quedó callado otra vez. Escucharon, buscando entre el opresivo silencio ese sonido que ya conocían. Pero en esa ocasión, aunque transcurrieron largas horas, no se oyó nada. Ni siquiera el mar.

* * *

El aire presagiaba tormenta; el cielo nocturno estaba lleno de nubarrones, y hacia el horizonte comenzaban a divisarse los primeros relámpagos. El mar tenía una agitación extraña; las olas se estrellaban junto a los acantilados sin formar espuma.

Bordeando los acantilados había una estrecha senda que descendía desde la región montañosa hacia el oeste y se iba a perder, rumbo al norte, hacia la rocosa región costera. Algunos kilómetros más adelante, junto a la desembocadura del río Sol, se encontraba el pueblo del Santuario, Sol Ganneth, próspera comunidad portuaria, que aún se mantenía independiente del Reino Unido.

Por el extremo del camino que salía de las montañas, apareció un jinete. Detuvo el caballo al llegar al borde de los acantilados, deshizo el nudo que ceñía su capucha de piel y aspiró profundamente. Se trataba de una mujer de mediana edad.

Elián trepó a una alta peña, y trató de avistar alguna luz a lo lejos. No logró ver nada, pero echó la culpa de ello a sus ojos, que cada vez le fallaban más. Estaba segura de no haber errado el camino. Hacía mucho que no cabalgaba así, totalmente sola, pero en tiempos pasados había tenido un buen sentido de la orientación. El caballo resopló y se resistió cuando ella montó de nuevo y le hizo reanudar la marcha; estaba tan agotado y sudoroso como ella misma. Elián trató de no hacer caso de sus tentaciones de acampar hasta la mañana siguiente.

Había llegado hacía dos semanas, en estricto secreto, al puerto de Cyrddery; una breve pero efectiva visita política. Su gente se había quedado ahí, dando los últimos toques a un arreglo militar de la resistencia en los poblados costeros. Con algunas dificultades se las había arreglado para dejar a su guardia personal emborrachándose en la última posada conocida en el camino Noroeste; tenía ganas de hacer el resto del viaje sin compañías que se interfirieran con sus pensamientos, con todo y que, dada su posición, resultaba un tanto arriesgado. No iba desarmada: su viejo arco y una aljaba llena de flechas le colgaban de la espalda, y llevaba dos dagas enfundadas en el cinto; aunque viajaba por territorio de aliados, nunca se sabía qué podría pasar. Llevaba ya dos días con sus noches casi sin detenerse, y una cierta testarudez juvenil que había conservado su carácter al paso del tiempo le aseguraba que podría soportar lo doble. Pero ahora que su robusto caballo estaba al límite de su fuerza (y paciencia), y que el camino cerca de los despeñaderos habría resultado demasiado peligroso de noche, la marcha se había tenido que reducir del trote hasta un paso lento y renuente. Elián se preguntó cuánto más tardaría en llegar a su destino, que, consideraba, no debía estar ya muy distante.

La primera gota de lluvia cayó de lleno sobre su rostro. Elián reanudó la marcha, mientras se perdía en sus pensamientos. Sentía una felicidad exultante. Se echó a reír, pero apenas fue consciente del eco que despertó su risa. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Diez años, tal vez, o más? Como si importara eso ahora; ahora que, por fin, iba a encontrarse con Aconor, a verlo y tocarlo.

Al despedirse, Aconor había prometido mantenerse en contacto tanto como le fuera posible, y bien, en los primeros tres años de separación Elián había recibido otras tantas cartas suyas, donde contaba trivialidades acerca de su nueva vida como gobernador de esa comunidad aislada; después, aunque Elián no había dejado de enviar mensajes, no hubo más respuesta que un mensaje de Llwyr, muy breve y superficial, donde no se mencionaba siquiera el nombre del otro amigo. A partir de entonces toda comunicación había cesado.

Elián nunca se había preguntado por qué había retrasado tanto el momento de aquel encuentro; en los últimos tiempos había dejado de viajar casi por completo, aunque nunca había dejado de tomarse tiempo para dirigir personalmente alguna campaña estratégica en contra de su viejo enemigo, Erebus, el otrora todopoderoso conquistador de más allá del mar. Con todo, en algunos ratos de ocio, cuando le daba por recordar los hechos pasados que habían conducido a su actual situación, sentía nostalgia por sus viejos amigos, y, aunque le pasaba por la cabeza la idea de hacerles una visita inesperada, la rechazaba, ahogándola con las preocupaciones ordinarias y diciéndose que otro día lo consideraría.

Nostalgia, eso era todo. ¿O tal vez había otro motivo? Elián volvió a evocar la imagen de Aconor, y sintió que sus mejillas se encendían como las de una adolescente.

- No tengo por qué mentirme - pensó, y volvió a reírse, esta vez suavemente, mofándose de sí misma; y trató de hacer a un lado esos tontos pensamientos de chiquilla.

* * *


Una adolescente... era apenas una adolescente cuando había conocido a Aconor y eso otro joven que era su amigo de confianza, Llwyr. Había sido en una feria de pueblo, en Pris Ail Talu, su lugar de origen. Huérfana desde muy temprana edad, había sido adoptada por un extranjero, un hombre de la cercana isla occidental Éirí Lann y a todas luces un soldado retirado. Aquel hombre la había criado y educado como a una hija, y Elián no había tenido que pasar privaciones hasta que su tutor fue asesinado por motivos oscuros, cuando ella era era todavía una niña. Aunque tal pérdida representó un fuerte golpe para ella, Elián no tardó en acostumbrarse a arreglárselas sola, comiendo de donde le daban y durmiendo donde y cuando hubiera oportunidad. Nunca consideró la idea de dejar su pueblo, pues los frecuentes festejos religiosos le resultaban convenientes: se ganaba la vida exhibiendo su habilidad con el arco (un trasto algo usado que su misterioso tutor le había enseñado a usar) y haciendo malabares con dagas. Si los vecinos del lugar eran lo suficientemente generosos al arrojarle sus monedas, los visitantes lo eran todavía más. Considerando su situación, Elián tenía bastante suerte; comía bien, aunque no con abundancia, y se las arreglaba para conseguir algún refugio sin tener que prostituírse.

Había sido en la víspera de la fiesta que conmemoraba el final del verano, un día especialmente afortunado. El lugar, en aquella ocasión, había estado más que lleno de peregrinos que, además de reunirse en conversaciones y meditación con los druidas locales, también buscaban un poco de diversión, y aplaudían y dejaban montones de dinero a cualquiera de los variados entretenimientos que personas como Elián solían presentar. Elián había repetido su acto poco más de veinte veces a lo largo del día, sin detenerse más que para tomar un respiro de cuando en cuando. Muchas horas de tirar al blanco con frutas colocadas a cien pasos de distancia, bailar y dar saltos mortales lanzando al aire los cuchillos y rozar con las dagas las ropas de personas lo suficientemente atrevidas como para dejarse atar a un árbol mientras ella practicaba su puntería. Al caer la tarde, la muchacha se sentía cansada y hambrienta, y tenía las manos doloridas y sangrantes a causa de muchos pequeños rasguños. El círculo de gente que había presenciado el último acto se estaba dispersando, y Elián observó, con bastante satisfacción, que la cantidad de dinero regado por el suelo era mayor que la de sus otras funciones. Lo que había ganado aquel día era demasiado como para pensar siquiera en ahorrarlo. Resultaría mucho más que suficiente para festejar siquiera por un día, pagarse un tarro de leche caliente y algo de carne seca, y dormir en alguna posada, si es que alguna tuviera todavía cupo, en una cama de verdad. Elián, rápidamente, se dedicó a juntar el fruto de su trabajo, y casi había terminado cuando se encontró con una gastada bota de cuero pisando la moneda que pretendía recoger. Su reacción inmediata fue, en ella, de lo más natural y espontánea: levantarse y tirar un puñetazo al mentón del entrometido. Éste le sujetó la muñeca a tiempo para detener el golpe, pero, al encararlo Elián, la resistencia cesó repentinamente.

Era un muchacho no mayor que ella (que entonces tenía unos trece años), pero mucho más alto, y de rasgos mucho más finos. Elián se habría quedado sin aliento ante aquella apostura, pero no era el físico de su oponente lo que la mantenía inmóvil, sino su mirada: ojos grises de reflejos intensos, extraños; había algo en aquellos ojos que no podía describirse, un brillo deslumbrante, que, de algún modo, parecía traspasar el alma... El contacto de los labios del desconocido sobre su mano apresada hizo que Elián volviera a la realidad, sin saber por qué, atrozmente asustada. Pateó, e hizo con eso que el muchacho la soltara, pero cuando se disponía a huir, se dio cuenta de que aún quedaban bastantes monedas regadas por el piso. El chico aprovechó su vacilación para sujetarle los brazos, ella chilló, y el forcejeo duró unos segundos más cuando una voz aguda sonó a sus espaldas:

- ¡Oye, déjala en paz!

Al soltarla el joven, Elián se escurrió a un lado, aún no dispuesta a abandonar su dinero. Quien había hablado era otro muchacho, que llegaba cargado de paquetes y comenzaba a reprender al primero.

- ¿Qué diablos estabas haciendo?

- Oh, no, Llwyr. No es eso que estás pensando; para nada - se excusó el joven de ojos grises, y el sonido de su voz, también agudo y algo desentonado, hizo que Elián levantara la vista, y con asombro y cierta decepción, contemplara que el hermoso muchacho de radiante mirada que la había impresionado de forma tan incomprensible parecía haberse esfumado y que en su lugar se encontraba un chico ordinario.

El llamado Llwyr, un jovencito también ordinario y algo flacucho, había dejado sus bolsas en el piso y caminaba hacia ella con la mano extendida y una gran sonrisa. Elián, huraña, no respondió a su saludo, pero el muchacho le habló amistosamente.

- Disculpa todo esto - dijo, y añadió señalando al otro -. Sus padres lo han malcriado mucho, y no cuida sus modales.¿Cómo te llamas?

- Elián - contestó ella, titubeante. El otro joven se adelantó entonces hacia ella.

- Elián - le dijo-, tienes un nombre muy bonito... soy Aconor-ar-Dwaynaer. Lamento haberte asustado, pero no es verdad que mis padres me han malcriado - dijo esto mirando a Llwyr muy seriamente, pero sin rencor -; no, en serio, aunque trataron de hacerlo, sabes, pero conseguí quitarme la venda de los ojos a tiempo...

- Oh, no le hagas caso - replicó su compañero - Se la pasa diciendo todo el tiempo que ya se quitó la venda de los ojos, pero nadie sabe nunca de qué está hablando-. Al ver que ella retrocedía, incómoda, le tendió una mano -. Ah, y por cierto, me llamo Llwyr-ar-Nyaral. Llwyr está bien. ¿Tú no tienes nombre de familia?

Elián negó con la cabeza. Su nombre era, en realidad, el nombre de su tutor, quien se lo había impuesto haciéndola olvidar el Daeowyn o algo así que le había dado su propia madre. Nunca había sido llamada de otra manera, y no le importaba.

El muchacho flaco hizo ademán de ayudarla a recoger su dinero, pero al ver la expresión de su rostro prefirió hacerse a un lado. Encogiéndose de hombros, fue a ocuparse de sus paquetes.

- ¿Quién te enseñó a tirar con el arco, Elián? - preguntó Aconor, que no se había movido de su lado.

- Nadie, yo sola - mintió ella, sin ganas de meterse a dar explicaciones acerca de su vida personal. El sol había terminado de ocultarse, y comenzaba a soplar un vientecillo helado. Si quería conseguir un cuarto en la posada, tendría que ser pronto.

- Eres muy buena.

- Gracias.

- No, es en serio. Creo que lo hiciste muy bien. Tendrías que haberla visto, Llwyr - se dirigió al amigo que permanecía aparte -. Me hizo pensar que... que podría ir con nosotros, ayudarnos. Formaríamos un grupo estupendo, ¿no te parece?

- ¿Qué? ¿De dónde sacaste esa ocurrencia? Podríamos meternos en problemas si...

- ¿Más problemas de los que ya tenemos?

- No te preocupa que nos pesquen, ¿verdad? Ten por seguro que tu padre ya armó una partida de caza y te está buscando por todo el Reino Unido. Nos va a hallar, eso es seguro. ¿Qué vamos a hacer si encima nos encuentra con una chica?

- Pero la quiero con nosotros. Podría ser muy útil para el proyecto.

- No entiendes razones, ¿eh, Aconor?

- Tampoco tú.

Elián se apartó unos pasos mientras hablaban. Ya tenía todo su dinero en la bolsa, pero no se había movido. Los dos jóvenes excitaban su curiosidad. Y el hecho de que, obviamente, ella era el objeto de su discusión, la hacía sentirse doblemente intrigada. En realidad no quería irse, pero ahí estaba el hambre, y la noche que parecía ser bastante fría. Elián tiritó y se arropó en sus andrajosas prendas masculinas, y, con un suspiro, decidió por fin retirarse.

- No te vayas - la detuvo la voz estridente de Aconor.

- ¡Tengo mucha hambre...! - protestó ella.

- Entonces lo comentaremos cuando vayamos a cenar. ¿Cenas con nosotros, Elián?

- ¿En la posada?

- Oh, no, no en la posada, que alguien podría vernos y dar el soplo.

- ¿Por qué? ¿Te buscan? Mira, si...

- Es largo de contar. Si cenas con nosotros, te lo digo, ¿de acuerdo?

Parecía que Llwyr iba a replicar una vez más, pero, cuando se volvió a mirar a Elián, levantó la vista al cielo con un suspiro y le sonrió con simpatía.

- Sí, Elián, ven a cenar con nosotros - dijo a su vez. Si hubiera sido un poco más temprano, hubiera podido notarse que tanto Aconor como su amigo se habrían ruborizado al hacer la invitación.

Elián se dejó convencer, y aquella noche acampó con los dos amigos en un claro del bosque que comenzaba a abrirse a las afueras de Pris Ail Talu. Tras algunos minutos de recelo, comenzó a sentirse muy a gusto con los nuevos compañeros. Los muchachos habían buscado en su equipaje, y le habían regalado ropas casi nuevas que se veían muy finas; le habían prometido, además, una cuerda nueva para su arco y una piedra para afilar las dagas. Al calor de una fogata, mientras pinchaba la carne que humeaba sobre las brasas, la joven escuchaba a Aconor.

- ¿Has oído hablar de un lugar que se llama Sol Ganneth? ¿Y de Mor Arwainedd, el Santuario del Mar? Está lejos, hacia el oeste, en la costa. De allá venimos Llwyr y yo. El padre de Llwyr es un miembro importante de la nobleza, pero nada tiene que ver con el gran reino, y mi padre... bueno, mi padre es quien gobierna Sol Ganneth.

- ¿Entonces... - a Elián le costó trabajo ocultar su sorpresa - ... tu padre es gobernador? ¿Y tiene tanto dinero como el rey?

- No, en absoluto. No le pude sacar mucho al viejo.

- Aconor - Llwyr lo miró fijamente.

- Bueno, está bien. Es que él no obedece al rey.

Elián se enteró también de que Aconor y Llwyr habían dejado voluntariamente su hogar, primero en busca de aventuras, dijo Aconor, luego por otros motivos.

- ¿Cuáles motivos?

- Ah, me quité la venda de los ojos. Éso.

- Mmmmm...

- Quiero decir que vi como era el mundo de afuera, cómo vive la gente. Que no todo está como debería ser, ¿sabes?

Elián estiró los brazos, hundió su cuchillo en un pedazo de carne y se lo llevó a la boca. ¿Qué podía sacar en claro de esa grandiosa conversación?

- Elián, ¿qué es lo que sabes del rey Erebus?

- Mmmm... no mucho. Que es el rey, nada más.

- ¿Sabías que es extranjero?

- Mmmm... creo que sí. ¿Y?

- En realidad es un advenedizo hijo de perra que llegó aquí a robarnos y hacernos sus esclavos.

A Elián se le escapó una risita al oír los insultos, pero, al ver que Aconor seguía llevando la conversación en serio, se tapó la boca con las manos y trató de disculparse fingiendo interés.

- El rey Erebus - continuó Aconor - vino cuando eramos muy chicos; peleó contra muchas de las tribus y se apoderó de casi todas nuestras tierras. Mató a mucha gente.

- ¿Quién te dijo todo eso?

- El viejo - Aconor se detuvo y sonrió como para sí -. El viejo es uno de los que resisten a Erebus, ¿sabes? Hasta hoy, no nos ha ido a molestar. Creo que ni siquiera toma en cuenta a nuestra ciudad, y eso es ofensivo, pero muy conveniente, sabes. El viejo dice que es porque el tipo no sabe nada del mar. La primera vez que trató de llegar a las islas occidentales, se llevó una buena sacudida. Sol Ganneth está bien; tenemos a mi viejo, y al mar.

- Bueno, entonces, ¿para qué se fueron?

-Verás... Llwyr y yo sólo queríamos divertirnos un poco, pero las cosas son demasiado serias, por lo tanto uno tiene que ponerse serio también. Le propuse que hiciéramos algo más que las aventuras... que tratáramos de cambiar al mundo, de solucionar sus problemas. Que ayudáramos a la gente, y que al mismo tiempo, nos procuráramos algo de dinero.

- Dinero, dinero, dinero - murmuró Llwyr -. Yo nada más quería dar una vuelta por el mundo.

- Cada vez hay más jefes de guerreros que se han levantado en contra de Erebus - continuó Aconor -, así que, ¿por qué no trabajar de soldados de paga para ellos? Yo sé manejar una espada y un hacha, y Llwyr, ya ves, estudió en Sol Ganneth con un mago, un mago de verdad, que decía que tenía potencial, y dedos ágiles, y que era muy inteligente, y que podría llegar a ser un mago fenomenal.

Elián miró asombrada al chico delgado. Este movió la cabeza y se dispuso a responder, pero Aconor siguió hablando.

- Llwyr hace trucos de ilusión ahora, pero estudia por su cuenta, sabes, en los libros y los papeles que le dio su maestro. También se la pasa escribiendo cosas raras y registrando experimentos. Nunca me ha dejado verlos, y me gustaría muchísimo saber qué clase de cosas hay en ellos -. A Elián, que por entonces no sabía leer, este detalle no le interesó realmente. - Mis planes, entonces, son éstos: la aventura y el dinero, y luego cambiar al mundo. Cuando te vi tirar se me ocurrió que podrías unirte a nosotros, y entonces formaríamos un buen equipo de batalla. Tú, con tu arco; Llwyr, con su magia; y yo, con mi espada. Todos los líderes rebeldes van a querer reclutar nuestros servicios.

Elián se encogió de hombros. Un recuerdo pasó por su cabeza fugazmente; el de un hombre alto y amable que ponía en sus pequeñas manos un arco, y que, firme pero delicadamente, la hacía tensarlo.

- Creo que mi viejo, en realidad, no quería verme invlucrado en todo esto - dijo Aconor, esta vez en voz baja -. Siempre mencionaba a Erebus con odio en la voz, y me decía todo lo que había hecho... pero al mismo tiempo quería hacerme sentir como que todo estaba bien. Era como tener una venda en los ojos, sabes. En realidad, me sentía más bien inútil en casa. Entonces Llwyr y yo...

Aconor se quedó hablado un buen rato más, pero, como los temas empezaban a desviarse del dinero y las aventuras, Elián dejó de prestarle atención. Aún no había dicho que sí o que no a la propuesta de Aconor, pero tenía la incómoda seguridad de que el joven ya daba por sentado que consentiría.

Llwyr llevaba ya tiempo apartado de ellos, escudado tras un árbol, iluminándose con una candela de sebo. Aconor le había explicado que era su hora de estudio y que había que dejarlo en paz porque la magia era un asunto muy delicado y que Llwyr tenía que arriesgar mucho de sí en cada fase de su autoeducación. Elián, que no entendió ni se preocupó por hacerlo,lanzó el cuchillo que había utilizado para comer en un arranque de tedio. El arma se hundió con un ruido seco en la corteza del árbol, muy cerca de donde debía estar la cabeza de Llwyr. Aconor estaba por dirigir a la joven alguna frase de reproche, cuando oyeron gritar al aprendiz de mago. Elián, creyendo haberlo herido, fue la primera en llegar junto a él. Llwyr estaba en el suelo, retorciéndose y llorando de dolor. Apretaba una mano contra la otra, y un arroyo de sangre se derramaba de los puños crispados. Aconor ayudó a su amigo a incorporarse y lo estrechó entre sus brazos. Elián, sin saber qué hacer, permaneció junto a ellos.

- No fui yo, ¿verdad? - preguntó débilmente. Los otros dos no le hicieron caso. Elián, inmóvil, escuchó hablar al joven delgado.

- No puedo, Aconor, no puedo, no puedo - decía Llwyr, entre sollozos -. El poder...Tuve el poder dentro de mí, y sentí que se quedaría, pero no... Trabajé tanto hoy... no creo poder conseguirlo otra vez... Aconor... la mano... no puedo moverla...

- Conozco un doctor en el pueblo - ofreció Elián -. Puedo ir por él... puedo...

Aconor le dijo a señas que esperara, y separó con cuidado los dedos de su amigo. En la palma de la mano izquierda había una extraña herida, un largo corte rodeado de piel quemada, que no parecía haber sido hecho por ningún objeto mundano. Aconor lanzó una rápida mirada a Elián, pero ésta no supo cómo interpretarla. Se sentía confusa, tenía deseos de pedir disculpas o algo así, pero de un cierto modo sintió que todo ello, incluyéndola, estaba fuera de lugar.

- Trae un poco de agua, ¿quieres? - le susurró Aconor, y sin dejar de abrazar a Llwyr, le habló suavemente, y le acarició los cabellos. Cuando Elián regresó con el agua, Llwyr había perdido el conocimiento, o se había quedado dormido, pues se había quedado inmóvil en los brazos de Aconor. Estaba algo oscuro, pero a Elián le pareció que Aconor se dirigía hacia ella. Sus ojos, que en realidad no la miraban, brillaron otra vez con ese destello particular, fascinante y aterrador. Elián se estremeció, pero ahora no tenía miedo. El amor tembló dentro de su mente como una hoja otoñal; aunque no supo que era amor lo que percibía, pero sintió unos deseos enormes de entrar a ese círculo de amor, de pertenecer a él, de no estar sola, nunca más. Acercándose en silencio, puso una mano sobre el hombro de Aconor; éste, como si saliera de un sueño, la miró unos segundos, y después tomó el recipiente de agua de sus manos. Colocó el brazo inerte de Llwyr en sus manos de la joven y comenzó a lavar delicadamente la herida. Elián apenas lo razonó entonces, pero más tarde comprendió que ése era el momento en el que había decidido que seguiría a esos dos, a ese hombre, al fin del mundo, involucrara o no dinero y aventuras.

Por lo menos así era como recordaba la parte romántica del asunto. La realidad, aunque Elián nunca se lo confesó, fue que a los seis días de estancia en el bosque ya estaba harta de los monólogos de Aconor y las crisis de frustración de Llwyr, le asustaba cualquier ruidito en la noche y se había cansado de comer únicamente carne. Una vez que Llwyr hubo sanado, Aconor dijo que era la hora de comenzar con algún tipo de entrenamiento militar. Elián no necesitaba que la enseñaran a tirar, pero no sabía defenderse con espada, ni usar sus cuchillos en un combate cuerpo a cuerpo. Aconor, que, según le había contado, tenía un maestro de armas estricto, había criticado con rudeza esas carencias, y con frecuencia se exasperaba ante lo que llamaba "su ineptitud". Cuando trataba de enseñarle a pelear con garrochas, le propinaba golpes muy reales y muy dolorosos. Elián no se quejaba, pero no se quedaba callada ante las reprimendas de Aconor, sino que respondía con algún insulto improvisado. Cuando tenía que llorar, lo hacía a solas, escondiéndose en el bosque. Ella y Aconor pasaban buena parte del tiempo que se dedicaba al ejercicio disgustados el uno con el otro, aunque fuera de ello su relación era cordial y casi íntima. Con el tiempo, Elián llegó a adquirir cierta práctica en la lucha con garrocha, pero fue eso fue todo. Algunos años después, en el sitio al castillo del jefe Ffonydd de Brynn Aur, un importante enemigo del Reino Unido y su señor por un prolongado período de tiempo, Aconor había insistido en que permaneciera en las almenas, porque no quería arriesgar su vida, según él, y porque seguramente sería más útil en ese puesto. Llwyr y él se habían quedado a campo abierto.

Mientras Elián conducía al caballo por el borde de los acantilados y bajo la llovizna, sus recuerdos vagaban todavía por el difícil primer año de aventuras, ése año en el que había aprendido a sobrevivir, madurado, encontrándose al final convertida en otra persona. Era ya casi tan alta como Aconor, y estaba a punto de superar a Llwyr. Su cuerpo delgado se había llenado de músculos. Su carácter tozudo se había suavizado un tanto. Había aprendido a querer a Aconor y a Llwyr con un franco afecto de camaradería. En broma al principio, después con terrible seriedad, ella comenzó a llamar “querido” a ambos y ellos, a su vez, se dirigían a ella como “querida”. Ellos también habían cambiado. Aconor hablaba un poco menos, y su voz se había hecho más grave. Llwyr había aprendido a controlar sus emociones, y a medida que adquiría ese dominio también aumentaba su poder sobre la magia. Los tres se sentían aún inexpertos, pero el hecho de que se lo confesaran les dejaba saber qué ya estaban listos para tomar alguna responsabilidad real. Las cosas estaban difíciles entre las diferentes comunidades que se resistían a anexarse al Reino Unido, así que un mercenario era bienvenido en casi cualquier ejército. Las primeras veces, tal y como lo habían previsto los compañeros, Elián había tenido que hacerse pasar por hombre. Más tarde, cuando Ffonydd de Brynn Aur descubrió las cualidades del trío, tal necesidad desapareció por completo, y los tres muchachos tuvieron en él a un protector y amigo de por vida, además de un jefe, él único a quien se consideraba un rival comparable a Erebus el extranjero.

* * *

Estaba amaneciendo. Elián se encaramó sobre la silla, entrecerró los ojos y trató de enfocar algo en el horizonte que al principio tomó por la luz del cercano Sol Ganneth. Su visión era ya muy borrosa; sin embargo, alcanzó a ver que el origen del destello no estaba en la costa, sino en el mar, dentro del mar. No era un luz común y corriente. Parpadeaba unos segundos, desaparecía y después brillaba otra vez.

- El Santuario - pensó Elián. Había escuchado muchas leyendas acerca de ese lugar sobrenatural, Mor Arwainedd, donde, se decía, acudían los dioses del mar durante la borrasca y hablaban con sus siervos, la gente del mar, transmitiéndoles mensajes para sus aliados humanos. El que sus compañeros de toda la vida, Aconor y Llwyr, hubiesen pasado su infancia cerca de ese lugar de extraño misticismo todavía se le antojaba irreal. No era mucho lo que sabía de Mor Arwainedd, porque, aunque sus amigos solían hablar mucho del Santuario, sólo era para contarse historias de suspenso a la medianoche. Una de ellas, la referente a un monstruo-deidad llamado Hyd Crawrth, la había impresionado especialmente, y había sido la causa de muchas pesadillas en aquellos tiempos en los que tenía que dormir en el puesto, con el ruido de la batalla resonándole en los oídos. Aquellas noches cuando se había despertado gritando, y Llwyr, que de ordinario se encontraba a su lado (Aconor casi siempre estaba montando guardia o participando en la lucha), tenía que tranquilizarla.

El Hyd Crawrth, como lo había descrito Aconor, era “algo así como un miedo sin apariencia definitiva, una cosa que oscurecía las aguas a su alrededor, y que, según la leyenda, tenía un único ojo dorado, distinguible en medio de la negrura en la que se envolvían sus inimaginables formas, en las cuales sólo de vez en cuando era posible ver vagas siluetas de tentáculos”.

La primera noche en la que hablaron del Hyd Crawrth fue aquella cuando, sitiados con una parte del ejército de Ffonydd, en un pequeño emplazamiento cuyo nombre había ya olvidado, observaban nerviosos desde el fuerte cada movimiento en un pastizal cercano. La luz de la luna llena iluminaba un reciente campo de batalla. Nadie confiaba en su suerte, nadie sabía si podría vivir otro día. Aconor había propuesto entonces contar una historia para calmar los nervios, pero, y Elián se preguntaba a menudo si no lo habría hecho a propósito, el efecto de su narración había sido precisamente lo contrario.

Elián recordaba la ahora grave y baja voz de Aconor, subiendo y bajando de volumen a medida que el relato se hacía más perturbador, y recordaba a Llwyr, que acompañaba la historia haciendo ilusionismo sobre dos mantas donde se movían pequeñas imágenes que parecían fantasmas.

- La presencia del mal - decía Aconor -, tan cerca de nuestro pueblo...

El Hyd Crawrth, su antiguo y maligno poder de destrucción, su odio terrible por todo lo terrestre, su enorme fuerza que levantaba olas del tamaño de una montaña y hundía pueblos enteros. Y al final, la aparición de un viejo héroe que, valiéndose de algún medio mágico, había conseguido herirlo y enviarlo de regreso a sus tenebrosas profundidades, donde permanecía, esperando una oportunidad para regresar.

- Ah, pero no volverá - concluía Aconor -. Los poderes secretos del Santuario lo tienen a raya. Aunque quién sabe, podría suceder que algún día...

Aconor y Llwyr le tenían una fascinación casi morbosa a la historia, pero Elián la detestaba, y tan sólo tratar de imaginarse a la cosa le atacaba los nervios. Aconor y Llwyr no se mantuvieron al margen de ese miedo, y algunas veces lo utilizaron como elemento de bromas de pésimo gusto, arriesgándose conscientemente a recibir un rodillazo en la entrepierna. Elián nunca supo el por qué de su fobia, y ellos no se preocuparon por averiguarlo.

Cuando Elián se quitó de encima esos más bien desagradables recuerdos, miró hacia el cielo e hizo un cálculo de tiempo. El sol estaba por salir. ¿Dónde se encontraba el pueblo del Santuario? Elián comenzó a pensar que quizás habría errado el camino, y que el viaje podría prolongarse por lo menos otro medio día. No había otra posibilidad. Nunca había estado en Sol Ganneth, pero había visto mapas en Cyrddery, y estaba segura de haberlos seguido al pie de la letra. Elián lanzó un suspiro, bajó del casi renqueante caballo y se retiró del camino, buscando algún lugar a salvo del sol para dormir unas cuantas horas antes de seguir.

* * *

Al anochecer de ese mismo día, Elián había llegado a Sol Ganneth.

Sol Ganneth era una gran ciudad rodeada por altas murallas de piedra sobre las cuales alcanzaban a verse las cúpulas de los edificios más altos. La parte que daba al mar era amplia; los acantilados que seguían la línea costera bajaban hacia una bahía, no muy grande, donde se encontraban los embarcaderos, y el resto, donde se suponía estaba el Santuario, era una larga playa que daba al mar abierto. La cercanía del mar alcanzaba a sentirse desde cierta distancia; una brisa de aroma peculiar que refrescaba el aire.

Elián se dio cuenta inmediatamente que la muralla que rodeaba la ciudad era de construcción reciente, y se sorprendió mucho al ver que la única entrada visible a la ciudad estaba custodiada; Sol Ganneth había sido hasta entonces, por costumbre, una comunidad pacífica. Quizás, se le ocurrió, ya hubieran sufrido alguna amenaza por parte del Reino Unido; el viejo Erebus seguía con sus tozudeces.

La mujer se detuvo cuando uno de los guardias le dio el alto y le preguntó su nombre y su propósito.

- Me llamo Elián-obh-Finnela - respondió -. Busco a tu señor.

El guardia murmuró algo y ladeó la cabeza. Creyendo que no la había oído bien, Elián repitió:

- Quiero ver a tu señor, Aconor-ar-Dwaynaer. Soy Elián-obh- Finnela. De seguro que él sabe de mí.

Los dos guardias se le quedaron viendo con evidente asombro, y uno de ellos hizo un saludo muy ceremonioso antes de retirarse. Elián se sintió complacida al darse cuenta de que su nombre no les era desconocido (el "Finnela" se lo había puesto en honor a cierta vieja amiga, como suplemento al ausente nombre de familia); así que, después de todo, su persona contaba con cierta fama.

Tenía las ropas empapadas de una lluvia reciente, y estaba muy cansada, pero, extrañamente, no se sentía nerviosa. Esperaba el encuentro con calma, tenía perfectamente dominadas sus ansias y su impaciencia. Su propia frialdad le sorprendía; la misma frialdad con la que había apuntado con pulso firme hacia el cuerpo de los soldados enemigos, la misma con la que había vencido su horror hacia la muerte. Una cualidad que Aconor no había dejado de admirarle.

No la hicieron esperar. A los pocos minutos regresó el guardia, acompañado de un hombre vestido con una elegante túnica. Elián lanzó un grito de júbilo al reconocerlo y se lanzó a los brazos del recién llegado: estaba mucho más delgado, y su largo cabello castaño tenía ya algunas canas, pero era el mismo de siempre, el viejo compañero Llwyr.

- ¡Querido! - gritó - ¡Los dioses me ayuden, no has cambiado en lo más mínimo! - Tan contenta se encontraba Elián, que no se dio cuenta de que Llwyr no respondía a sus exclamaciones -. ¡Los he extrañado tanto, a los dos! ¿Dónde está Aconor? ¿Por qué no...?

Llwyr la tomó del brazo con cierta brusquedad, interrumpiendo el torrente de palabras. Pidiendo a señas que guardara silencio, la hizo entrar en la ciudad. Elián, desconcertada, se apresuró a bajar el volumen de su voz.

- ¿Qué es, Llwyr? ¿Qué anda mal? - preguntó.

- Elián - respondió éste, levantando la vista, y cuando uno de los faroles de la calle le iluminó el rostro, Elián pudo ver claramente su cara, contraída por una extrema tensión.

- ¿Y Aconor? - repitió, en un murmullo.

- Ha muerto - respondió Llwyr, con la voz ahogada, y abrazó fuertemente a su amiga -. Lo siento, Elián - balbuceó -, lo siento tanto...

* * *

Unos minutos más tarde, Elián se había tranquilizado un poco, aunque las lágrimas continuaban surcando sus mejillas. Seguía ausentemente a Llwyr por los pasillos de la casa del gobernador. Tenía la mirada vidriosa y distante, y no había dicho una sola palabra, ni había probado el vino que le había ofrecido el mago.

- Seguramente estarás muy cansada, y hambrienta; ¿te apetece tomar algo? - le preguntó cortésmente Llwyr.

Hasta entonces ella levantó la vista y trató de sonreír.

- Sí - contestó -. Tengo mucha hambre.

- Bien - Llwyr devolvió la sonrisa y rodeó con el brazo los hombros de Elián.

Se sentaron juntos en una mesa enorme, y algunos criados de rostros graves les sirvieron sopa y pan. Elián apenas probó nada. Al cabo de un rato de silencio, se dirigió a Llwyr, mirándolo fijamente.

- Cuéntame cómo ocurrió - dijo, con voz serena. Llwyr desvió la mirada y movió la cabeza -. No, ya estoy bien - insistió la mujer -. Quiero saberlo. ¿Hace cuánto...?

- Unas tres semanas - respondió Llwyr, con renuencia.

- No puede ser... ¿Qué fue lo que pasó? - preguntó Elián estoicamente.

El mago apartó la vista de ella.

- El mar... - titubeó -. Creemos que se ahogó.

- ¿Que se ahogó?

Llwyr pasó saliva, y continuó hablando después de algunos titubeos.

- No, yo tampoco lo hubiera creído. Pero sé que... Mira, Elián. El mar. Hace un año más o menos que empezaron los cambios. La gente del Santuario...

Un saludo interrumpió la plática. Elián frunció el ceño, sorprendida, y Llwyr se volvió, sin ocultar del todo su disgusto, a dar la bienvenida a la recién llegada. Se trataba de una jovencita, casi una niña, de una belleza sólo desvirtuada por su extrema palidez y las solemnes vestiduras con las que estaba ataviada, que lucían ridículas en un cuerpo tan joven.

- Elián - Llwyr inició la presentación -, ella es Roda, la... la esposa de Aconor. ¿Te acuerdas de Elián-obh-Finnela, Roda?

- ¿Su esposa? Oh... - Llwyr, al notar la expresión a punto de formarse en el rostro de Elián, le dirigió una urgente mirada. La boca de Elián se torció en una sonrisa irónica al tomar la mano de la jovencita y saludar a su vez. Oh, en verdad era una hermosa muchacha, pensó. Como nunca lo había sido ella. Así que Aconor, después de todo, tenía buen gusto.

- Ah, sí, Elián la gran guerrera - dijo la niña; tenía una voz aguda, lenta y monótona -. Mi esposo me hablaba mucho de usted, señora Elián. Me contaba mucho de cuando combatían juntos ustedes dos y el señor Llwyr. Me platicaba de todas las batallas, y todas las guerras, y todo...

Ah, sí, pensó Elián, mucho y mucho que te habrá contado; después de todo, nunca pudo conservar la boca cerrada. ¿Qué te habrá podido contar de mí?

- Me decía que sentía un afecto muy especial por usted - añadió Roda, sin dejar de observar a Elián como si se tratara de una antigua reliquia.

- Oh, sí - respondió Elián en voz muy alta -. Nos queríamos como hermanos, ¿verdad, Llwyr?

Llwyr, turbadísimo, se limitó a asentir, pero miró a Elián por el rabillo del ojo, una desesperada súplica de discreción. A Elián le divirtió cruelmente todo el asunto. ¿Por qué se preocupaba tanto Llwyr? No iba a a ponerse a asustar a esa niñita con historias escabrosas. No pretendía horrorizarla. ¿Había acaso motivo de escándalo? En los viejos tiempos de campaña, Elián se acostaba con Aconor, pero también con Llwyr. Acostumbraban dormir los tres juntos, abrazados. A ninguno le molestaba la situación; de hecho, la encontraban totalmente normal, pues eran compañeros, más aún, eran amigos, y estaban acostumbrados a compartirlo todo: la comida, la ropa, el botín, los cuerpos, las mentes. Había sido idea de Aconor: cada uno se ocuparía de satisfacer las necesidades de los otros. Cualquier clase de necesidades. Y dado que a lo largo de los años, las experiencias compartidas habían estrechado profundamente los lazos de amistad que unían a los tres compañeros, no era una tarea difícil. Sí, se querían tanto. ¿Había algo malo en ello? Pero la mente de Elián, divagando sobre tales asuntos, fue a detenerse sobre un recuerdo nítido, de un día determinado.

Acababan de ganar una importante batalla, una de las últimas en la liberación de la vasta región de Aur. Aunque todavía era un mercenario, a Aconor se le había encomendado, por primera vez, la dirección de un grupo de rechazo. El jefe Ffonydd estaba bastante complacido con el equipo que hacían los tres amigos. Pero, en aquella ocasión, Llwyr y Elián se habían quedado en las trincheras, donde, agotada la reserva de proyectiles, esperaban con nerviosismo el resultado de la batalla.

Elián había trabajado duro aquel día. Había perdido la cuenta de las flechas que había lanzado a la avanzada del ejército de Erebus, pero se había cuidado de no desperdiciar una sola. Hacía rato que las tropas del rey se habían replegado, y las de Ffonydd habían iniciado la persecución. Ya no se escuchaban sonidos de batalla. De pronto, alguno de los vigías anunció el regreso de los compañeros, y Elián, exhausta como estaba, trepó sobre la trinchera y salió al campo.

No le costó trabajo distinguir al hombre cubierto de sangre que acababa de desmontar y se dirigía, tambaleándose, hacia ella. Corrió hacia él, llamado a gritos a Llwyr, y Aconor, en el momento en que ella lo sostenía, se aferró a sus hombros y le plantó un rápido beso en los labios. Ella respondió con un gruñido.

- ¿Qué sucede, querida? - murmuró él.

- “¿Qué sucede, querida?” - repitió ella, zumbonamente -. ¿No te das cuénta de cómo estás? Y además ahorita no tengo ganas.

- ¿Ganas...?

- Ya sabes a qué me refiero - respondió ella, y parafraseó a Aconor -. Siempre que me besas, es porque quieres satisfacción de necesidades.

- ¿O de deseos?

Elián estuvo a punto de dejarlo caer. ¿Deseos? Ahí estaba él, con sus ojos extraños. ¿Había algo diferente en la forma como la miraba? ¿Qué había querido decir con "deseos"? Oportunamente, Llwyr se presentó, y con ello la conversación quedó inconclusa.

Las heridas de Aconor no eran de gravedad; al día siguiente se puso de pie; y participó junto con el resto de los soldados en los festejos de la victoria. Elián, turbada por un sentimiento, que no comprendía se sentó aparte de los gritos y las canciones. Llwyr se acercó a ella, y le ofreció algo de beber. Ella tomó un sorbo, y dejó el recipiente a un lado, pensativa. Llwyr, títubeando, tomó su cara entre sus manos y la besó largamente en los labios. Elián cortó el beso con un suspiro, y apartó la cara.

- No, Llwyr - dijo en voz baja -. Ahora no, ¿quieres? Discúlpame...

Llwyr se ruborizó intensamente.

- No, discúlpame tú - tartamudeó -. Está bien, no te preocupes. Te veo después - y se alejó. A Elián le alegró que la dejara sola. Se disponía a sumirse de nuevo en sus pensamientos, cuando sintió que una mano se posaba sobre la suya. Aconor no la besó. Tampoco, como era su costumbre, le dijo un discurso preliminar. Ella se levantó, lo siguió a un lugar apartado entre los arbustos e hicieron el amor por primera vez. Elián no hubiera podido explicarse cómo, pero era así como lo entendía. No era como en las otras ocasiones. No, había algo más. Desde entonces, Aconor y Elián se convirtieron en amantes. Ella nunca supo si Llwyr se había dado cuenta de lo ocurrido aquella noche, pero ya fuera porque así había sido o porque el ya experto mago era también un hombre inteligente y de gran discreción, el hecho es que Llwyr no hizo ninguna pregunta y no volvió a reclamar su parte en la "satisfacción de necesidades".

Roda, tímidamente, intentaba sacar conversación. Elián la consideró casi con simpatía. ¿Qué era lo que había empujado a Aconor a casarse con una muchachita tan simplona? ¿Necesidades o deseos? ¿Una mezcla de las dos cosas?

Ah, no, jovencita, pensó, seguramente no lo conociste del modo en que lo conocí yo. Nunca te fijaste en sus ojos. Sus ojos reales, los que yo veía. Sus ojos de héroe verdadero.

-... mañana te llevaré al Santuario. Me gustaría que lo conocieras. Porque hoy estás muy cansada, y quieres irte a tus habitaciones ya, ¿no es cierto? - estaba diciendo el mago. Elián, perfectamente consciente de sus intenciones, le dirigió una sonrisa amplia, desafiante, pero al cabo de un momento condescendió. - Sí, querido - dijo -. Mañana hablamos.

Mientras se dirigía con Llwyr al dormitorio que le habían preparado, preguntó:

- Me equivoco, quizás, pero me parece que la jovencita y tú no se llevan muy bien, ¿verdad?

- Comprendes el por qué - masculló Llwyr -. Pero eso no es todo. No ha dejado de entrometerse desde que entró al castillo.Su curiosidad es insaciable, y me temo que también inútil. Ya ves, no puedo hablar como es debido delante de ella. Hay cosas que no entiende.

- Por ejemplo, que yo era su mujer-. Elián soltó una carcajada casi histérica, que se le ahogó de golpe en la garganta -. No seas tan injusto con ella, Llwyr. Creo que sí entendería.¿Alguna vez se lo dijiste? ¿Le dijiste que yo era su mujer? - continuó, con evidentes esfuerzos por contener el llanto.

- Querida - dijo él -. Querida, tranquila. No te preocupes.

Llwyr cerró la puerta del cuarto y estrechó a Elián entre sus brazos. Suavemente, lloraron los dos. Mezclaron lágrimas, dolor, y sólo algunas palabras de consuelo. Después de algunos minutos, se despidieron. Pero Elián no durmió. Se quedó sentada junto al balcón de su cuarto, contemplando, sin pensar, el ir y venir de las olas.

* * *


- Ahí está. ¿Ves lo que te digo?

Elián entrecerró los ojos.

- No, no veo nada.

- Ahí, el Santuario. Fíjate bien.

- ¿Ése es el Santuario?

A unos veinte metros de la orilla, al retirarse el agua, comenzaban a verse los bordes de una construcción sumergida: un techo inclinado y los capiteles de las columnas que lo sostenían. Constantemente lavada por las olas, la piedra brillaba, pero los delicados adornos tallados en la cornisa se veían desgastados.

- No hay mucha arena de esta parte - explicaba Llwyr -. Toda la playa da al mar abierto, salvo la bahía, que es bastante profunda. Las tormentas han deteriorado últimamente los muelles, no hay un sólo embarcadero que resulte seguro. Nuestros barcos no son buenos en un mar así. Nos confiamos al viento. Cada vez resulta más peligroso salir al mar.

- ¿Qué pasó con el Santuario?

- Alcanzas a ver el techo, ¿verdad? - Elián asintió -. Bien, hasta hace algunas temporadas, todo el templo sobresalía del agua. El templo está edificado sobre el Santuario, en los arrecifes submarinos que comienzan en la zona donde la arena se acaba. Para llegar allí, había que botar una lancha. Nuestros clérigos celebraban ahí sus ritos, y se reunían con la gente del mar. El nivel del mar ha ido subiendo hasta cubrirlo todo: el templo, el puerto...

- ¿Será posible..?

Llwyr asintió bruscamente.

- ¡Oh, sí, sí, y ojalá los dioses me dejaran comprender el por qué! Hace un año, Elián, comenzaron los cambios. El nivel del agua subió, casi de la noche a la mañana; primero cubrió el templo, después, los muelles, y ha seguido avanzando. Las borrascas se hicieron más frecuentes, y nuestro puerto quedó aislado de ciertos puntos comerciales importantes del otro lado del mar. ¿La pesca? Se ha terminado; somos afortunados en las ocasiones que sacamos algunos mariscos en la orilla. La tierra no es buena, los cultivos no son suficientes, y no se tiene mucho éxito con la cría de ganado. La comida ha comenzado a escasear - Llwyr hizo una pausa, dirigió una mirada a su aldea y continuó -. Y además, está el Reino Unido. Unos años antes de que muriera el padre de Aconor, parecieron darse cuenta de nuestra existencia y comenzaron a ponernos presiones. Pensaban que, una vez fallecido el antiguo gobernador, les sería fácil convencernos de que nos anexáramos; saben que no somos un pueblo de guerreros. Pero Aconor ya estaba aquí para entonces; se sentía listo para tomar el poder, y la gente lo conocía, tú sabes, su papel de jefe nato, popular, carismático, fundador de un ejército...

Mercenario, con ojos de semidiós, pensó Elián. Y fanático de sus propias ideas. La gente lo seguía por eso. Y, los dioses me ayuden, también yo.

- Recuerdas qué testarudo era, ¿verdad? Maldito sea, nunca se hubiera dejado intimidar. Se rió en la cara de los enviados del rey. Dijo que le importaba poco cortar el lazo comercial con las tierras de Lloigar, que nos bastábamos solos para comer. Pero que ellos seguramente no podrían estar sin nuestra sal. Clásico manejo suyo de la diplomacia, pero con él no había remedio. ¿Cómo íbamos a adivinar lo que ocurriría después?

"Y aunque lo hubiéramos sabido, Aconor nunca hubiera cedido, jamás hubiera pagado el precio de nuestra libertad. Siempre hemos sido independientes, y no podríamos vivir de otra manera, trabajando para otros, pagando impuestos. Erebus debió darse cuenta de que Sol Ganneth seguiría únicamente a su gobernador, porque así lo ha hecho siempre por tradición y porque ese gobernador era Aconor. Y él sabía de sobra que Aconor no era un asunto fácil. Lo del cierre del comercio no fue tan malo... pero, como te dije, fue el mar el que empeoró las cosas. Las tormentas se hicieron tan frecuentes que los barcos de las islas próximas dejaron de venir por estos rumbos. Luego ocurrió lo de Aconor. ¡Todo eso, en un año!

Llwyr se dio la vuelta, encarando al mar. Elián sintió que no era el momento más adecuado para preguntar, pero, con todo, tenía que saber. Posó una mano en el hombro de su amigo.

- ¿Qué le pasó a Aconor?

Llwyr suspiró largamente y se pasó la mano por la frente.

- Se ahogó, eso es lo que te dirá la gente - dijo con lentitud -, si les preguntas. Eso es lo que te dirá Roda. Yo también te dije eso, ¿verdad? Sí, hasta yo mismo quisiera tragármelo.

La voz de Llwyr estaba cargada de tensión, de ira contenida. Sus ojos brillaban. Elián lo miró, alarmada.

- Fui yo - estalló por fin Llwyr -. Fue mi culpa. Aconor nunca dudó de mí. ¿Por qué no lo hizo en esa ocasión? ¿Por qué no está ya con nosotros? No se qué hacer, Elián. Lo necesito. Mi gente lo necesita.

Elián sostuvo al mago, haciendo al mismo tiempo un supremo esfuerzo por mantenerse serena. Llwyr respiró hondo algunos minutos, y al cabo, pareció haber recobrado la calma.

- ¿Quieres contarme? - le susurró Elián, suavemente. Llwyr asintió y se aclaró la garganta.

- Mira... - prosiguió, titubeando -, el Santuario... como te dije, está bajo el templo. Es mucho más grande de lo que todo el mundo se imagina. Bajo el templo hay cuatro niveles más, todos excavados, creo, en la piedra del arrecife.

- ¿Todo eso bajo el agua? No me lo imagino...

- Sí. Bueno... la gente del mar, los que comparten nuestros dioses, viven... vivían... en estos pisos inferiores. Es en verdad sorprendente: hay ventanas que atrapan la luz solar, salas amplias, pasillos, todos construídos de la roca y el coral. La piedra del Santuario tiene cierto brillo propio. Hay pocos lugares totalmente oscuros. Y hay lugares secos, pero no tengo idea de dónde llega el aire que los llena, y crecen algunas plantas. Es lo que conozco.

- ¿Me estás diciendo que tú... qué tú has visto todo eso?

- Bueno, sólo he bajado a los dos niveles superiores. De alguna manera, la profundidad no te mata cuando estás dentro. Supongo que es la concentración de magia de este lugar. A veces, en la noche, se ven luces flotando sobre la superficie.

- Sí, cuando me aproximaba al pueblo pude verlas. Me imaginé... pero acabas de decirme que bajaste al Santuario. ¿Qué fue lo que hiciste?

- Bueno... - el rostro de Llwyr se ensombreció -. Pasé algún tiempo estudiando... viejos textos que me proporcionaron en el pueblo, y algunos que me trajo la gente del mar. Tendrías que verlos, Elián; no son nada parecidos a los que hallé en Eirí Lann, ¿te acuerdas?. Los rollos son más pequeños, y el pergamino muy delgado, y no se daña con la humedad. Bueno; quería saber de la magia de aquí. Pero casi todo el material que conseguí era cosa de leyenda, nada en concreto. Una de esas leyendas ya la conoces. Te acuerdas de cuando éramos jóvenes y platicábamos de... del... - Llwyr se interrumpió, y desvió la mirada. Elián frunció el ceño; sabía perfectamente a lo que se estaba refiriendo, y, aunque lo tomó como una cosa sin importancia, le sorprendió tanta seriedad ante lo que en tiempos pasados era cosa de broma.

- Bueno - continuó Llwyr -. Al cabo de un tiempo, conseguí uno de mis propósitos... di con la fórmula... un hechizo complementado con una especie de mixtura de... bueno, que hacía que uno pudiera respirar bajo el agua por un período de tiempo. Lo probé muchas veces, primero con la cabeza metida en una cubeta... - esbozó una triste sonrisa -, no siempre tuve suerte, ¿sabes? Aconor creyó que me estaba volviendo loco. Bueno, después traté en el mar, y, una vez que me sentí seguro me adentré en Mor Arwainedd.

- Tan listo como siempre - lo halagó Elián, palmeándole amistosamente la espalda.

- No, no - respondió Llwyr, estremeciéndose -. Que los dioses me perdonen haberlo hecho... Aconor dijo que quería probar el hechizo, pero no lo permití hasta que estuve seguro de que no habría posibilidad de error. Bajamos los dos. Al principio era por puro entretenimiento; después... bueno, cuando la gente del mar...

- Eh, eh, espera, Llwyr. ¿Es fácil que uno de aquí se encuentre con la gente del mar?

- Sí... no, ya no. Antes era diferente, el trato era cordial, y ellos vivían muy bien, pero de un tiempo a la fecha comenzaron a tener miedo. Nos dijeron que el mar se había enojado con ellos y con nosotros; que algo maligno se había apoderado de las profundidades. Al parecer, no sabían más.

Elián, al oír esto, pensó inmediatamente en sus pesadillas de la adolescencia. Su cuerpo se sacudió con un temblor involuntario.

- Sí - continuó Llwyr -, nadie se atrevía a bajar a los niveles más profundos del Santuario. La gente del mar comenzó a irse de Mor Arwainedd. Algunos abandonaron la costa, otros se vinieron a Sol Ganneth; un detalle suyo que aún no alcanzo a comprender es que, de alguna forma, son capaces de abandonar su... naturaleza marina, llamémosla así, y convertirse en seres humanos. No son muy diferentes de nosotros. Bien, todo eso ocurrió poco antes de que nos diéramos cuenta de que la marea subía demasiado, y no volvía a bajar. Aconor quería saber... a toda costa, quería saber el origen de todo aquello, y un día me pidió que... que tratara de ver en las profundidades.

Las dotes de clarividencia de Llwyr, enlazadas estrechamente con su vocación de mago, no eran un secreto para Elián; ya en el pasado les habían resultado muy útiles. Lo extraño de esta vez era que Llwyr nunca había hablado abiertamente de ellas y que parecía asustado, asustado en realidad.

- Lo hice - Llwyr respiró profundamente -, y pude sentir... no vi nada, pero sentí.. había algo muy malo, realmente malo... que me congelaba el pensamiento, me paralizaba. En lo más hondo, había algo que me bloqueaba... no pude ser capaz de saber qué era. Sólo supe que si continuaba, si me esforzaba más... - Llwyr se puso una mano en la frente - ...era casi una amenaza específica. Casi como si me estuviera diciendo “no te acerques más”. No me atreví a repetir la experiencia. Le conté a Aconor mis impresiones. Él se impacientó. Dijo que no iba a quedarse quieto mientras nuestra gente las pasaba mal. Me pidió que reforzara el hechizo para respirar bajo el agua, que hiciera algo que alargara el efecto. Me opuse a su plan, aunque supe desde un principio que no había nada que pudiera hacerse. Estaba decidido... y yo tenía que quedarme afuera para sostener el hechizo.

Lo atolondrado no le quitó lo valiente, pensó Elián. O quizás sería mejor decirlo al revés.

- Venimos aquí un atardecer - continuó Llwyr - . Me sentía bien. Realicé el hechizo. Yo... estaba preparado para mantenerlo, si era necesario, varios días. Aconor se sumergió en el templo. Al principio, lo hice bien, todo iba bien. Después, unas dos horas después, o más, esa cosa, la malignidad... No sé, no recuerdo qué fue lo que me pasó por la cabeza. Me resistí, todo lo que me fue posible... pero pudo conmigo. Rompió mi concentración. Por un tiempo, no podría decir cuánto, tuve la mente en blanco. Y cuando traté de reanudar el hechizo, Aconor ya estaba fuera de mi alcance. No pude hallarlo. Él... no sé si se ahogó. Pero estoy seguro de que aquella cosa... ese mal, ese horror... Quisiera dejar de pensar en lo que pudo haber pasado, en lo que debió de sufrir... pero sueño con ello. No puedo quitármelo de la cabeza - Llwyr suspiró, y se pasó la mano por los cabellos, un gesto común en él desde la juventud.

No has superado ésto en lo absoluto, ¿eh. viejo amigo?, pensó Elián. No sabía qué decir ni qué hacer. La pérdida de Llwyr, al parecer, había sido peor que la suya. Comprendía.

- Querido - comenzó, torpemente -, te estás echando la culpa, y eso no está bien. No fuiste tú. Aconor hubiera ido, de todos modos, con tu ayuda o sin ella. Siempre se creyó tan capaz de todo, tan...

- Elián - interrumpió Llwyr -, es cierto todo eso. Se sobreestimaba siempre, ya sé, y cometía errores muy estúpidos. Pero, Elián, ¿te acuerdas de las campañas? ¿Te acuerdas de que también mis errores eran muchos, y de que él no me los reprochaba, sino que era el único que me daba ánimos para continuar? ¿Te acuerdas de...? - le mostró la larga cicatriz en la palma de la mano -. A veces creo que comprendía mucho mejor la magia que muchas personas. ¿Y recuerdas cuánto confiaban en él Ffonydd, y nuestros hombres, porque, de algún modo que no me explico, las cosas siempre parecían salirle bien? ¿Y de que, a pesar de sus defectos, se hacía querer? ¿Cómo te explicas entonces lo que sentías por él?

Elián bajó la cabeza.

- Perdóname, Llwyr - dijo en voz baja -. Entiendo, créeme que sí...

Llwyr movió la cabeza.

- Vámonos a casa, Elián - pidió, y los antiguos compañeros caminaron hacia el pueblo, apoyándose uno en el otro. Mientras se alejaban, Elián dirigió la vista hacia el mar. Era apenas mediodía, pero el cielo estaba oscurecido, lleno de nubes. Venía otra borrasca.

* * *


Días después, Elián cabalgaba sola a la orilla del mar. Acababa de llover, el mar estaba revuelto y el sol comenzaba a hundirse en él en el horizonte. Aún se alcanzaban a oír algunos relámpagos, alejándose tierra adentro junto con la tormenta.

Elián se sentía muy cansada, agotada. El corazón le pesaba de una manera insoportable. Las palabras de Llwyr, sus reproches de la velada anterior, le resonaban en la cabeza. Llwyr le había pedido ayuda para su gente. Y ella se había negado.

- Aconor esperaba que vinieras -, le había dicho -, estaba seguro de que lo harías. Contaba contigo y con los tuyos para resistir al Reino Unido. Temía que en cualquier momento nos cayeran encima los ejércitos del rey, y por ello mandó construír la muralla alrededor del pueblo.

" Hemos tratado de ocultar la muerte de Aconor. Si Erebus se enterara de que nos hemos quedado sin líder, no tardaría en atacarnos... aunque quién sabe, si llegara a darse cuenta de que Sol Ganneth ha perdido la mayor parte de la riqueza que antes tenía, quizás desistiera de apoderarse de ella...

" Si el mar nos engulle, no será por nuestra culpa. Pero el que nuestro pueblo sea esclavizado... La gente te seguirá, Elián, Saben quién eres. Están dispuestos a pelear. Puedes ocupar el lugar de Aconor aquí. Aconor confiaba en ti. Y estoy seguro de que Erebus te teme, más que lo que temía a Ffonydd y a Aconor.

" Roda, otra vez. ¿Por qué no dejas de pensar en ella? Ya te lo dije. Aconor no se llevaba con ella mejor que yo. Pero... la gente lo presionó tanto para que tuviera un heredero, que no tuvo más remedio... A quien quería era a ti. Te quiso siempre.

"Por favor, Elián, quédate con nosotros. Ayúdanos."

Y ella se había negado.

- Querido, mi gente está peleando en Aur - había dicho - Erebus está a punto de largarse de ahí. Después nos vamos al sur, y vamos a avanzar al este por esa parte. No puedo quedarme, Llwyr. Pero no te preocupes, Erebus no va a venir cuando sepa que estamos en el sur. Y es muy estúpido para el mar, así que por ese lado tampoco va a llegar. Voy a estar al tanto, querido. Y después, en cuanto podamos, vamos a marchar sobre Lloigar, y vamos a hacer que ese hijo de perra regrese a su casita con el rabo entre las patas. Tú y yo, Llwyr. Ya lo hicimos con Éirí Lann. No tengas miedo.

Había puesto, como siempre, el pretexto de sus deberes. Y su primera intención no había sido mentir, aunque, ya desde que hablaba con Llwyr, tenía el presentimiento de que lo estaba haciendo. Estaba siendo egoísta. Mucho más egoísta de lo que Llwyr hubiera pensado. Elián se sintió profundamente avergonzada. Se había despedido de él dándole ánimos y prometiendo volver. Pero sabía, y ahora lo tenía bien claro, que nunca iba a regresar.

Su gente en Éirí Lann se preguntaría qué le habría pasado. Quizás Llwyr sospecharía algo. Le hubiera gustado tener la certeza de que nunca lo sabrían.

Ahí estaba, frente a ella, el Santuario. El mar, aunque estaba agitado, le pareció más tranquilo que su espíritu. Parecía esperarla, llamarla, invitarla a descansar. El aire mismo tenía un sabor a despedida.

Aunque muchas veces los mencionaba a manera de interjección, Elián no rezaba a los dioses, ni del mar, ni del cielo, ni de la tierra, así que no elevó sus pensamientos ni se encomendó a nadie. Desmontó, alejó al caballo con una palmada y avanzó lentamente hacia las olas. Pero se detuvo a medio camino. Las lágrimas llenaron sus ojos, y se sentó.

¿Tengo derecho a hacer esto?, se preguntó. Y por qué no, maldita sea. Con derecho o no, Aconor había hecho exactamente lo mismo. Al menos, ese era el último recuerdo que guardaba de él.

Desde su alianza con Ffonydd, Aconor había dejado de luchar a sueldo. Se había convertido paulatinamente en un general famoso. Tras la lucha por Aur, larga y difícil, pero finalmente productiva, Aconor y sus ejércitos habían viajado a Éirí Lann, con el propósito de arrojar de ella a los pocos invasores ya establecidos.

Los habitantes de Éirí Lann no tardaron en sumarse a la insurrección, y la parte sur de la isla quedó libre en poco tiempo. Aconor y los suyos se establecieron en el puerto más importante, Iarann, al este, y durante más de un año pudieron disfrutar de una relativa tranquilidad.

Para Elián, la mujer de Aconor, las cosas no pudieron ser mejores. En muchos lugares de la isla encontró gente que había conocido a su tutor, y en Iarann, la ciudad donde se fortificaron, halló incluso a algunos parientes suyos. Se hizo amiga de una extravagante anciana, Finnela, hermana del padre de su tutor, y por medio de ella averiguó que su padre adoptivo había sido un jefe destacado, aunque no muy conocido, en las primeras campañas contra Erebus en la región de Lloigar y que su nombre completo era Elián-obh-Eadren. Había regresado a su hogar después de la caída de Lloigar, pero pocos días más tarde se había vuelto a ir y nunca más se habían vuelto a tener noticias suyas. Probablemente había vivido oculto desde entonces, quizás todavía con esperanzas de reanudar el combate, y la culpa de su muerte recayera en los espías de Erebus, si es que éste los tenía. Jamás lo sabría. Elián se sintió turbada al recordar aquella ocasión, cuando tenía unos doce años y, al regresar a casa, se había encontrado a su tutor apoyado boca abajo sobre la mesa, con la garganta abierta de lado a lado, y, por primera vez en mucho tiempo, lloró por él. Los parientes de Elián-obh-Eadren, en especial Finnela, la acogieron en la familia, y ella sintió que, en cierto modo, había encontrado el hogar que nunca había tenido. Adoptó orgullosamente el nombre de Elián-ob-Finnela, con lo que esperaba complacer a su vieja amiga. Como un punto culminante a su racha de suerte, concibió.

Las cosas, sin embargo, no les iban tan bien a sus dos compañeros. Llwyr, que desde un principio se había fascinado con Éirí Lann, se había llevado la sorpresa de su vida al encontrar manuscritos dejados por la gente del mar en Iarann, y con una paciencia digna de encomio, se había dedicado a aprender la lengua dúla para tener acceso a ellos, ayudándose de glosarios y otros textos. Cuando por fin consiguió leerlos, el resultado fue una tardía crisis existencial: la magia dúla era sin duda la más poderosa, y la mayor parte de sus hechizos no eran de destrucción, sino de curación. Llwyr le dijo a Elián que había estado perdiendo su tiempo al dedicarse a cualquier otro tipo de magia, y que su vida no iba a alcanzar para aprender más. Elián, un poco molesta porque un hombre de su edad sintiera que no le quedaban muchos años, le dijo que no iba a morirse el día siguiente, que podía todavía hacerse algo. Llwyr pronto perdió interés en otra cosa que no fuera sus nuevos libros, y, siempre solo, se dedicó a leer y traducir hasta extenuarse.

En cuanto a Aconor, simplemente había comenzado a actuar en forma extraña. Parecía que el torrente de cosas por decir se le había secado. Rehuía las compañías, y dedicaba mucho de su tiempo a meditar. No quería compartir sus pensamientos ni siquiera con Llwyr o Elián, y ésta, preocupada, decidió ocultarle su embarazo por el momento. Las primeras explicaciones al respecto que le vinieron a la cabeza fueron, o bien estaba envejeciendo, o se estaba haciendo cobarde.

¡Viejo! Aconor pasaba por muy poco de los treinta, y de cualquier manera no los aparentaba. Y nunca, ni en los primeros y más peligrosos tiempos, había actuado como un cobarde. Era ella quien se sentía vieja, y algo débil. La mano que sostenía el arco temblaba un poco, y el embarazo la hacía sentirse incómoda y pesada.

Un día, cuando por fin se decidió a darle la noticia a Aconor, fue a buscarlo a sus habitaciones, y lo halló sentado a la mesa, con la cabeza hundida entre los brazos; al parecer, metido en sus pensamientos de la forma en la que lo hacía de ordinario. Elián lo llamó, y cuando él se incorporó, notó en su rostro un gesto de tensión y dolor, y vio en sus mejillas huellas de lágrimas. Lo rodeó con los brazos.

- ¿Qué pasa? - preguntó.

- Ffonydd - murmuró airadamente Aconor, tendiéndole el pergamino que había estado retorciendo entre las manos. Elián tomó el mensaje (Llwyr se había dado tiempo para enseñarle a leer desde su entrenamiento en el bosque). Una ojeada le bastó para darse cuenta de lo sucedido.

- Ay, no - musitó, arrojándose a los brazos de Aconor. El jefe de Brynn Aur, su amigo, había sido emboscado cuando, acompañado por una parte de sus tropas, intentaba reunirse con Aconor para respaldar los ataques al norte de Éirí Lann. Aunque la gente de Ffonydd había conseguido al final incendiar el barco enemigo, el jefe se contaba entre las numerosas muertes.

- Eso quiere decir - dijo lentamente Aconor - que Erebus va a enviar refuerzos. Y, con seguridad, va a intentar marchar de nuevo sobre Aur. Si tiene éxito, no tardará en moverse hacia el sur. Hacia mi pueblo.

- Podríamos ir a Aur si surgiera cualquier dificultad - sugirió Elián -. Tú y Llwyr, por lo menos.

- Quizás.

Elián esperó en vano a que le preguntara sus razones para no incluírse en el viaje. Aconor ni siquiera la miró, y ella, herida por dos motivos diferentes, decidió seguir guardándose el secreto. Ahora, había otras cosas en las que pensar.

A pesar de que Aconor no contaba con ayuda, la lucha por liberar el norte de Éirí Lann parecía a punto de terminar. Aconor y Llwyr fueron al campo de batalla a dirigir personalmente las maniobras; Elián, repentinamente enferma, tuvo que meterse en la cama.

Estuvo más de dos semanas sin levantarse. La anciana tía de su tutor se hizo cargo de ella y prohibió toda visita. Finnela fue la única persona que se enteró de que había habido un hijo, y que se había perdido.

Una semana después de que Aconor volviera, Elián fue de nuevo a hablar con él, esta vez, a pedido de él mismo. No estaba aún totalmente restablecida, y sentía una gran necesidad de confiarse a él, de encontrar consuelo en un abrazo. Habían de- jado de dormir en el mismo cuarto desde la enfermedad de Elián, y, a la semana de su regreso, se habían visto poco.

Cuando se reunieron, a solas, parecía casi una visita formal.

- ¿Cómo te encuentras? - la saludó Aconor.

- Mejor, gracias - respondió ella -.¿Qué se te ofrece?

- Bueno, voy a tratarlo directamente. Es difícil de explicar. He estado pensándolo mucho, creo que... no sé, que la aventura ha durado ya demasiado tiempo.

- ¿Qué quieres decir?

- Bueno, no sé; echo de menos mi casa, y hace tanto que no sé de mis padres... Creo que... voy a regresar a Sol Ganneth.

Elián no daba crédito a sus oídos.

- ¿Regresar...?

Aconor asintió. - Tengo miedo por todo lo que ha sucedido. Empezando por lo de Ffonydd. Tarde o temprano, el Reino Unido extenderá sus fronteras hacia la costa, y llegará a mi pueblo.

- Qué va, no lo va a hacer - dijo Elián -. Erebus no tiene interés, como decía tu viejo. Está ocupado con nosotros, y con Aur.

- Pero mi padre - Aconor enfatizó la palabra - debe ser ya muy anciano, y yo soy su único heredero. Es un compromiso que no debí haber descuidado, sabes.

- Vaya, ¿por qué no habías pensado en eso hasta hoy? - respondió ella, molesta -. Valiente momento para recordar tus travesuras infantiles. ¿Qué crees que vaya a decir Llwyr?

- Ya hablé él. Se va conmigo.

- ¡Ah, qué bien! - Elián se cruzó de brazos -. Así que los dos se van a largar, y me van a dejar montones de compromisos de por medio. ¿No pensaste en todo lo que todavía falta por hacer? ¿Me vas a dejar sola con todo eso?

- Por supuesto que no - Aconor se puso de pie. - Nadie te va a adejar sola, querida. Tú te vienes con nosotros, también. Podemos estar juntos, como siempre lo hamos estado, Llwyr, tú y yo. No nos vamos a separar. Si quieres... - Aconor titubeó -...si quieres podemos casarnos...

- ¿Qué? - Elián dio un respingo.

- Hace mucho que quería decírtelo - Aconor sonrió -. Hablo en serio, querida. Te amo. Quiero presentarte a mi padre como mi esposa. Quiero que tengamos hijos.

- Ah, ahora quieres hijos - dijo Elián apretando los dientes.

- ¿Qué dijiste? Oh, ya sé que nunca te lo había dicho antes, pero es verdad. Te amo. ¿Qué es lo que te sorprende?

- Nada. Siempre creí que yo era tu mujer. Bueno, qué le voy a hacer - suspiró -. Entonces, ¿cuándo piensan irse?

- ¿Elián? - dijo Aconor.

- Dije que cuándo piensan irse. ¿Estás sordo?

- Elián... -repitió él.

- ¿Qué creías? - respondió ella fríamente - ¿Que me iba a ir con ustedes así de fácil, sin preocuparme por nada más? Estás loco. Para mí tiene importancia esto que hemos hecho todos estos años, y que es por lo que mi padre, Ffonydd y muchos más murieron. Si te quieres deshacer de todo eso, es tu problema. Por lo visto, tu dichosa venda te ha volvió a caer sobre los ojos.

Aconor no respondió, y Elián tuvo la certeza de haber lastimado un punto sensible. Le dio la espalda.

- ¿Cuándo piensan irse? - insistió.

- En unos días más. Voy a librarte de algunas responsa- bilidades.

- Gracias. Muy amable. No tienes qué molestarte.

- Elián - la voz de Aconor tenía un toque de desesperación -. ¿seguro que no quieres venir?

La despedida fue triste. Unas pocas palabras de buenos deseos y promesas, pero todo ello dominado por una cierta frialdad.

- No vamos a movernos de Sol Ganneth, Elián. No dudes en ir allá - dijo Llwyr. Era el mayor numero de palabras que él le había dirigido de tirón durante los útimos meses. Si bien Elián creía comprender en cierto modo los motivos de Aconor, no lograba explicarse las razones que habían empujado a Llwyr a respaldar su decisión.

- Te escribiré - dijo Aconor.

Desde una colina, Elián y un pequeño grupo de soldados contemplaron al mago y al general, que se alejaban a caballo acompañados por algunos hombres. A una distancia a la que Elián no alcanzaba a ver muy claramente, le pareció que Aconor hacía dar la vuelta a su montura.

- Tu y yo tenemos que estar juntos, Elián - oyó que gritaba -. No puede ser de otra manera.

Elián sintió que los ojos de toda la tropa se clavaban en ella, y la sangre se le agolpó en las mejillas.

- Estúpido - murmuró -. Nunca cierra la boca. Maldito hijo de perra.

Se volvió y gritó a sus hombres que echaran a andar, porque había mucho que hacer. Se había convertido en su jefe de la noche a la mañana, y tenía que endurecerse.

Y en verdad, lo consiguió. No derramó una sola lágrima, ni siquiera a solas, y no volvió a considerar sus debilidades. Como general, resultó estricta y severa. Fueron pocos los que cuestionaron la decisión de Aconor de dejarla a ella en su lugar, y esos pocos fueron a su tiempo obligados a aprender la lección de la mano de la propia Elián. La mayor parte del ejército trasladó la fidelidad que tenían a Aconor a su nuevo líder.

Elián continuó con el trabajo de su predecesor, aunque con cambios radicales. Ya en otros tiempos, había intentado , sin mucho éxito, introducir su sentido práctico en los planes de Aconor. Ahora, con el campo libre, decidió convertir la guerra en un asunto de marcas y señales en un mapa más que en una serie de glorias individuales, como tan románticamente pensaban Aconor e incluso Ffonydd.

Se propuso la tarea de liberar por completo Éirí Lann. Aunque las tropas enemigas en la parte norte se encontraban considerablemente debilitadas, se esperaba la llegada de refuerzos en pocos días, según la información traída por los espías.

Elián no perdió la calma ante la nueva dificultad. Decidió, entonces, no volver a presentar batalla a campo abierto. Aprovechó el conocimiento que tenían sus hombres del terreno, y la configuración del terreno en sí (era una zona de bosques y montañas), para dirigir ataques rápidos por la noche hacia los campamentos y las reservas del ejército de Erebus. La táctica pareció funcionar, puesto que las tropas invasoras sufrieron una evidente desmoralización. Tres años después, Éirí Lann estaba completamente libre y sin amenazas aparentes, y el mar que la separaba del resto del Reino estaba por completo en poder de los navegantes de la isla.

Elián, al mismo tiempo, no despegó su atención de Aur, donde las cosas se habían puesto difíciles tras la muerte del jefe Ffonydd. Envió refuerzos y provisiones a las tropas sitiadas, e incluso peleó ahí un tiempo. En la región de Aur no le fue sencillo hacer ataques indirectos como lo había hecho en Éirí Lann, pero, de cualquier manera, consiguió mantener a Erebus a raya.

Sus ambiciones fueron creciendo al mismo tiempo que su popularidad. Comenzó a hacer planes que nunca se hubiera atrevido a imaginar. De improviso, le pareció que era posible derrotar al que supuestamente era el ejército más poderoso del mundo conocido y arrojar definitivamente a Erebus de las tierras que había ocupado tantos años. Y se propuso a hacer algo que ni Aconor ni Ffonydd habían siquiera sugerido: marchar sobre la gran región de Lloigar, donde estaba el grueso de los ejércitos del rey. Una lucha así, lo comprendía, iba a llevar años de gestación y años de ejecución. Pero no se sintió apresurada, hacía tiempo que las luchas con Erebus se habían convertido en un asunto rutinario. Distribuyó sus fuerzas, nombró generales, dejó de intervenir directamente en las batallas y se dedicó a estudiar mapas y planear.

Había estado siempre tan absorta en su trabajo, que, al hallarse entonces con algo de tiempo para ella, habían regresado los recuerdos. Las aventuras, la amistad de toda la vida. Y siendo así las cosas, había pensado a menudo en el reencuentro.

Tú y yo tenemos que estar juntos, había dicho Aconor. Elián, sentada frente al mar, se enfureció. ¿Qué derecho tenía él a hacerle eso? ¿Qué iba a pasar con sus generales, con Llwyr y con su amada Eirí Lann? Pero su ira cedió a la tristeza. No tenía por qué culpar a Aconor. Lo hiciera, sería por su propia decisión. Cuánto hubiera deseado olvidar, entregarse de lleno a su propósito de libertad para su gente, cuánto hubiera deseado ser libre ella misma. Libre del recuerdo de aquellos extraños ojos, de los sentimientos y las pasiones que le inspiraban; de su miedo a la soledad. Estaba cansada. Muy cansada de todo.

Elián contuvo un sollozo. Trató de consolarse diciéndose que no importaba, que lo que tenía que hacer ya estaba hecho, que alguien más continuaría con su tarea, que podía descansar.

La marea estaba subiendo. Una ola rozó los pies de Elián, sacándola de su ensimismamiento. La mujer, con un suspiro, se levantó y echó a andar hacia el mar.

- Hola.

La voz, clara e infantil, la detuvo. Se dio la vuelta, y se encontró con una niñita que la miraba fijamente.

La niñita extendió una mano para saludar, y Elián notó, con asombro, que su piel tenía un tono verdoso, que no tenía uñas y que algo así como una membrana muy delgada unía los espacios entre los dedos. También vio que tenía el labio superior grande y aplastado, y que lo fruncía de una manera extraña. Los ojos eran exageradamente grandes, y tan negros que parecían no tener pupilas. Los cabellos eran lacios, y también negros, pero con una tonalidad azulada que Elián nunca había visto. Por lo demás, tenía las mejillas suaves y redondas de una niña común y corriente. Llevaba puesto un vestido de algún material muy ligero.

- ¿Eres...? - tartamudeó Elián - ¿eres de la gente del mar?

La niña ladeó la cabeza, como meditando la pregunta.

- Sí - contestó a los pocos momentos -. Yo soy de la gente del mar. Tú hablas rápido y yo entiendo mal. Tú hablas despacio y yo entiendo bien.

Elián comprendió. - Bien - dijo.

- Tú perdonas porque yo hablo mal tu lengua. Yo aprendo tu lengua pronto.

- No te preocupes, está bien. ¿Qué haces aquí.

- Yo veo tú quieres ir al mar y no puedes. Tú entras al mar y mueres. Nosotros vivimos bien adentro del mar y afuera del mar.

- Sí, ya sé.

- ¿Tú quieres morir?

- No, no es eso - enrojeció Elián.

- Las personas no quieren morir en el mar. Hablan con la gente del mar. La gente del mar puede hacer y las personas no mueren.

- No comprendo - dijo Elián. La niña volvió a quedarse callada un rato, como buscando las palabras adecuadas.

- Nosotros tenemos miedo - continuó -. La gente del mar tiene miedo. Yo no voy al Santuario pronto. Mi amiga vive aquí ahora. Ella deja su mar y vive aquí pronto. La gente del mar hace eso. Dejan su mar y vienen aquí. Viven con las personas. Y la gente del mar puede dejar su mar a las personas. Las personas tienen el mar y viven adentro del mar.

Elián se dio cuenta entonces que la palabra "mar" tenía otro significado.

- ¿Qué es el "mar" de la gente del mar? - preguntó.

La niña dijo algo en su propia lengua, después mostró a Elián su mano, señalando la membrana de entre los dedos.

- Las personas lo ponen aquí - dijo -. Y pueden vivir adentro del mar. No sé cómo decir.

- Tu gente le da su "mar" a mi gente...- reflexionó Elián en voz alta. Llwyr le había dicho que la gente del mar abandonaba su naturaleza marina (seguramente era éso lo que la niña llamaba "mar") de algún modo físico, para vivir en la tierra, pero no había mencionado que esa "naturaleza marina" podía traspasarse a un humano -.¿Lo han hecho alguna vez?

La niña, tras desentrañar la pregunta, se echó a reír.

- Muchas. Es fácil. Mi amiga dice ella lo hace ahora pronto. Ella dice ella ve al hombre de la tierra adentro del mar. Él muere. Y ella da su mar. Y él vive. Ella viene ahí y dice yo voy con ella. El hombre de la tierra tiene su mar. Va adentro del mar, muy, muy, muy, muy, muy adentro del Santuario. Busca al mal. Quiere matar al mal.

Elián dio un paso atrás, estremeciéndose. La cabeza le dio vueltas. Tuvo que sentarse de nuevo.

- Tú tienes frío ahora - observó la niña -. Tú estás mal.

Elián sacudió la cabeza. Con un esfuerzo, se irguió.

- ¿Me darías tu mar, pequeñita? - dijo a la niña. Ésta pareció pensárselo tan detenidamente que Elián, armada de paciencia, pensó que quizás no se había hecho entender.

Pero se equivocaba.

- Yo doy mi mar, tú das algo - dijo la niña.

- Un trato, ¿no? - sonrió Elián -. Está bien. ¿Qué quieres?

La niña señaló al caballo. - Tú das tu animal y yo doy mi mar.

- De acuerdo.

Mientras Elián iba a buscar su montura y descolgaba las armas de la silla de montar, la niña, con una mueca, se arrancó algo parecido a un pedazo de piel del dorso de la mano. Lo enjuagó en el mar y, cuando regresó Elián, se lo entregó.

- Mi mar está aquí - le dijo. Era algo parecido a una redecilla membranosa -. Tú pones mi mar en tu...- se señaló los dedos. Al ver que la mujer no hacía nada, la niña sonrió y entrelazó la malla húmeda en los dedos de Elián. La telilla pareció adherirse de inmediato a la piel.- Sí - dijo la niña, cuando terminó -. Tú tienes mi mar ahora. ¿Sientes mi mar?

- No - confesó Elián.

- Eso está bien. Tú ahora vas adentro del mar y no mueres. Puedes vivir. Tú no tienes miedo.

Elián le entregó las riendas del caballo. La niña, felicísima, se alejó rápidamente con su nueva posesión haca Sol Ganneth. Antes de desaparecer, se volvió y gritó:

- ¡Tú no tienes miedo!

Elián saludó con la mano y se la miró, esperando encontrar membranas entre los dedos. No era así. Sólo estaba la película verde cubriéndole la mano. No se había convertido en un ser parecido a la niña. ¿Se había dejado engañar? De cualquier manera, sólo había un modo de comprobarlo. No perdía nada haciéndolo, consideró. Aseguró los cuchillos en su cinturón, envolvió las flechas en su capa y se atravesó el arco en el cuerpo. Una vez preparada, corrió hacia el mar. Tal como Llwyr le había dicho, la franja de arena no era muy larga, y sus pies no tardaron en tocar la punta del arrecife. Aferrando el arco y la aljaba, Elián se sumergió.

* * *

La oscuridad de las aguas no duró mucho tiempo. Frente a ella estaba una luz. En la lucha contra la corriente, Elián perdió la mayor parte de sus flechas, y se hizo algún rasguño al intentar recuperarlas.

El agua entró a sus pulmones. Sentía el sabor de la sal. Los ojos le escocían, y sentía ardor en el pecho, la nariz y la garganta, pero, estaba segura, no se estaba ahogando. Le costaba trabajo mantenerse fuera del alcance de las olas, y temía golpearse contra alguna roca. Como puedo, pataleó hacia la luz.
Como había adivinado, la iluminación procedía del templo. Borrosamente, Elián distinguió las columnas que rodeaban el acceso. Un afortunado empuje de la corriente contribuyó a acercarla y, con un último impulso, Elián cruzó la entrada.

Se dejó caer, agotada. Sintiendo que el estómago se le revolvía, se incorporó. Vomitó varias veces. Lentamente, dolorosamente, sus pulmones expulsaron el agua y volvieron a llenarse de aire.

Aire. Se encontraba en un lugar totalmente seco. Llwyr le había dicho que había lugares secos, pero no había mencionado que el templo fuera uno de ellos. ¿Hacía cuánto tiempo que nadie lo había visitado?

Tendida de espaldas, consideró su situación. Palpó, junto a ella, su arco y las dos únicas flechas que había conseguido salvar. La madera se deterioraría si no la secaba. Se le ocurrió que entrar con ellos al Santuario no había sido una buena idea, ni mucho menos.

- Qué bien - se recriminó. Por primera vez en muchos años, había actuado con una precipitación digna de la Elián adolescente. Pensó que podría regresar, tomarse las cosas con calma y confiarle sus sospechas a Llwyr. Si había esperanzas de que Aconor estuviera con vida, él quizás...- Dioses, ¿qué mal me hubiera hecho morirme en paz?

En cuanto pudo levantarse, examinó su entorno. Tenía los ojos irritados a causa de la sal y la incesante luz verdosa, pero podía ver relativamente bien. Se encontraba en una sala pequeña, en el centro de la cual había un altar de piedra negra. En la pared frente a la entrada, había una hilera de puertas. No había estatuas, ningún tipo de ornamentación. Y sí, la roca brillaba con luz propia.

Afuera de la entrada, se veía el mar como a través de un cristal. Elián caminó hacia la puerta. Acercó la mano y tocó... agua. Se mojó la mano en ella. Hasta le pareció ver que se formaban ondas en la superficie vertical cuando introducía los dedos. Desconcertada por el curioso fenómeno, se volvió para explorar el resto del lugar.

Llegando al altar, frotó la superficie con la mano izquierda y se volvió a mirar sus dedos, que se habían quedado manchados de la fosforescencia. La redecilla viscosa que la hacía respirar agua no se había movido de su lugar.

Aquí no se necesita ninguna naturaleza marina, se dijo. Debí haber hablado con Llwyr.

Se encaminó hacia las puertas. Como se lo imaginó, la madera estaba hinchada por la humedad, pero no le costó demasiado trabajo moverlas. Todas conducían a un mismo cuarto: una habitación al parecer construída de un tipo de roca diferente al exterior, oscura y opaca. Elián sintió inmediatamente el alivio de sus ojos. Se preguntó cuál sería la función de ese cuarto, y una vez más, lamentó no haber hecho planes antes de actuar.

Distraída, tropezó con una rejilla que cubría una trampa en el suelo. El sonido metálico que se produjo resonó de una manera impresionante en el pequeño recinto. Elián, temblando, esperó a que cesaran los ecos, Pero el ruido no se desvaneció por completo. Aunque muy tenue, seguía ahí. Se había hecho irregular. Elián tenía el oído demasiado agudo como para no darse cuenta. Lo identificó. Pasos. Alguien que se deslizaba por los corredores de abajo. Alguien que quería pasar inadvertido. Un miedo incomprensible amenazó con dominar los sentidos de la mujer. Un miedo que, realmente, no tenía bases. - ¿Qué demonios puede haber aquí - pensó - que me haga daño? Si aún queda gente del mar aquí, que bien, son amigos de la gente de la tierra... Llwyr - recordó -. Él me dijo. Seguro esto fue lo que él sintió.

Un miedo sin apariencia definitiva.

Decidida a mantener la calma por sobre todo, se encogió a unos pasos de la trampa. Le pareció que había pasado una eternidad cuando oyó el rechinido de la reja. Alguien se asomó, y Elián pensó que si esa persona era capaz de ver en la penumbra, estaba examinando a conciencia sus rasgos.

Después de una pausa, aventuró.

- Habitante del mar, ¿hablas mi lengua?

Como respuesta, le llegó algo parecido a un jadeo. No supo cómo interpretarlo.

- ¿Me entiendes? - murmuró.

- Tú... - respondió el hombre, ahogando a medias una exclamación -, ¡!

Elián había identificado la voz.

- Oh, dioses, - dijo, sofocada por las emociones -, oh, dioses...
Antes de terminar la frase, se encontró en los brazos del hombre al que antaño había querido.

* * *

Estaban sentados junto a la rejilla. Aconor tenía un brazo echado sobre los hombros de Elián, y la acariciaba ausentemente. Tras algunos minutos, ella rompió el silencio.

- Te creen muerto, todos allá afuera- dijo.

Aconor suspiró -.Sí, ya me lo imaginaba.

- Y han pasado cosas graves ahora que no estás.

- El Reino Unido, ¿verdad?

- Sí, y también Llwyr. Se echa la culpa de lo que pasó, y está muy mal.

- Tengo muchas cosas que explicarte.

- Pues preferiría que te las guardaras para él. Ha sufrido mucho, y también yo - Elián se aclaró la garganta, y contó una parte de su conversación con Llwyr -. Sí - añadió -, me gustaría mucho saber el por qué de todo esto, y también me gustaría saber muchas otras cosas, y me gustaría que tu gente se enterara de que estás aquí, y puesto que ni siquiera has podido enviar un maldito mensaje...

Aconor la interrumpió, al darse cuenta de que su voz empezaba a cargarse de ira.

- Es una historia larga de contar - dijo con cansancio aparente.

- Bueno, entonces cuéntala cuando regresemos a tierra firme.

- No vamos a regresar.

- Vamos a regresar - exclamó Elián, poniéndose de pie brus- camente. Aconor fue tras ella, sujetándole las muñecas.

- Elián, por favor, no grites.

- ¡Suéltame, pues, maldita sea! - Elián elevó a propósito el volumen de la voz -. Si no vienes conmigo, yo no tengo por qué quedarme. Le diré a Llwyr...

- Bueno, ¿me vas a escuchar? - Aconor aumentó su presión hasta hacerle daño. Ella guardó silencio, pero apretó los puños y los labios con expresión desafiante.

- Sí - cedió -, te voy a escuhar. Así como en los viejos tiempos, tú hablas y hablas y yo te escucho, y te...

-. Dime, ¿has tratado de salir? - interrumpió Aconor. Elián sacudió la cabeza -. No hay forma de salir - continuó él -. El agua forma una pared elástica. o algo así.Puedes entrar, pero no puedes salir. No sé por qué. Había otras salidas, pero la última de ellas se cerró de la misma forma, unos días después de que me trajeron aquí. Me dijeron que una chica me había salvado, poco antes de irse - Se señaló la mano, envuelta en la redecilla -. Ésto... - comenzó a explicar, pero pronto se dio cuenta de que Elián tenía un objeto parecido -, bueno, ya veo que tú también te conseguiste una. Claro -reflexionó, avergonzado de su lentitud de pensamiento -, no hubieras podido llegar de otra forma. Me trajeron aquí - continuó su relato -. Nadie me reconoció, y creo, estuve delirando cerca de una semana. Se enteraron de algunas cosas por todo lo que estuve diciendo, pero, poco después, nos quedamos aislados. El nivel inmediato a este estaba inundado cuando vine, pero ahora está seco. Allá abajo están mis amigos.

- Tenemos que bajar, supongo.

- Sí... Todavía no. No sabemos cuáles sean las consecuencias de tu llegada.

- ¿A qué te refieres?

- Cuando entraste... se sintió algo.... No te preocupes, no ha sido muy fuerte y pasará pronto. La gente del mar puede percibirla... en fin, por eso supimos que alguien había bajado. Por cierto que tú eras la última persona a quien esperaba ver. ¿Por qué...?

- No, a mí no me toca dar explicaciones.

- Te digo que es largo de contar... - las manos que sujetaban a Elián se demoraron en una caricia en sus brazos -. Bueno. Llwyr descubrió que algo andaba mal, pero no pudo ver qué era. La oscuridad le bloqueó la mente, algo así. Pero nosotros hemos buscado con cuidado... y lo hemos hallado.

Elián retrocedió.

- La presencia del mal - decía Aconor -, tan cerca de nuestro pueblo...

- ¡Lo sabía, maldita sea! - masculló la mujer, casi para sí.

- ¿No me has estado escuchando? Él. Tú sabes el nombre. Cuando eras una jovencita, te asustaba tanto que escondías la cabeza bajo las mantas.

- ¡Te digo que ya lo sabía! - se quejó Elián -. Tengo tanta suerte, que no podía ser para menos. ¿En qué clase de problema me has metido?

Elián dio la espalda al gobernador y se alejó unos pasos. Así que el Hyd Crawrth. Y Llwyr no la iba a despertar esta vez de la pesadilla.

- Querida - la llamó Aconor.

- Déjame en paz. Necesito poner en orden mi cabeza.

- Ya pasó suficiente tiempo, me parece. Podemos bajar.

- Sí, qué remedio me queda - replicó ásperamente ella. Salió al templo. Antes de que Aconor pudiera decir algo más, añadió: - No, déjame recoger mis armas.

* * *

Se encontraban en el segundo nivel del Santuario. Como había dicho Aconor, estaba seco, pero el ambiente se sentía aún húmedo. Las rocas coralinas de esa parte de la construcción brillaban también, pero su luz era mucho más tenue.

Mientras masticaba algo que parecía un trozo de cuerda, Elián escuchaba a Aconor, que hacía una presentación de ella y un relato de experiencias compartidas. A su alrededor, una media docena de hombres del mar, de aspecto tranquilo, que prestaban su atención al gobernador. Todos se parecían mucho entre sí, y compartían las características de la niña que Elián había encontrado en la playa, incluso la cara redonda e infantil. Adivinando que Aconor iba a prolongarse todavía con su plática, Elián susurró al más cercano:

- ¿No tienen algo más de ésto? - señalando el trozo de comida que tenía en la mano.

- Nos hemos estado restringiendo las raciones - respondió el hombre del mar, con una media sonrisa.

- Ah, perdón.

Se empezó a distraer, como hacía siempre que Aconor hablaba. Cuando habló, no se dio cuenta de que estaba interrumpiéndolo.

- ¿Cómo saben que es el Hyd Crawrth? - preguntó.

Aconor se detuvo en seco.

- Vaya - observó -, y pensar que ninguno de nosotros se atrevía a pronunciar el nombre.

- Pregunté algo.

- Señora Elián - le dijo el hombre que se hallaba a su lado -, no podría tratarse de otra cosa. Mi gente ha vivido siempre por estas costas. Mis antepasados estaban aquí cuando él llegó por primera vez. Nos legaron conocimientos sobre él. No nos atrevíamos a comunicar nuestras impresiones a la gente de la tierra, porque no estábamos seguros... pero desde un principio sentimos la presencia del mal, en las profundidades. Ahora lo sabemos con certeza. Yo lo he visto, señora. Un gran ojo que despide luz, y alcanza a iluminar muchos brazos de pulpo. Y cuando se desplaza, se oye como si un millón de gusanos gigantescos se frotaran contra una piedra.

La presencia del mal, como en la historia, pensó Elián. Tal como en aquella dichosa historia.

- ¿Cómo se las han arreglado para que no sepa que están aquí? - preguntó.

- A decir verdad - respondió el hombre del mar -, ignoramos si él sabe de nosotros.

- Lo estamos vigilando - dijo Aconor -. Si ya sabe que estamos aquí, no ha hecho nada al respecto. No sabemos qué tan grande es, pero se mueve con lentitud. Está penetrando por una grieta de los niveles inferiores. Supongo que quiere alcanzar el templo. Recuerda que una de las partes de la leyenda del Hyd Crawrth tenía que ver con la magia que se había quedado en el templo, la magia del viejo héroe.

- Podría hundir de golpe el pueblo, pero por alguna razón no lo ha hecho - dijo otro de los hombres del mar -. No tengo idea de qué puede estar esperando. Provoca tempestades, hace que el nivel del mar suba poco a poco, pero no sabemos qué hará después.

- ¿Se puede matar, esa cosa? ¿Uno puede matar a un dios? - preguntó Elián.

- No es un dios - intervino otro de los hombres del mar -. A pesar de toda su fuerza, no hay en él nada de divino. Por supuesto que puede morir.

- Y matar - dijo el primero que había hablado - Si quisiera, podría derribar el Santuario sobre nosotros.

- En tal caso, ¿por qué no quiere? - reflexionó Elián. Encaró a todos los presentes, nadie contestó. - Bien - siguió -. Supongo, entonces, que para eso... matarlo... estamos aquí... ¿verdad?

- Sí - contestó rápidamente Aconor. Elián lo miró inquisiti- vamente.

- Aconor... - le dijo, sorprendida -, tú... sabías todo esto. Sabías de Hyd Crawrth.

Aconor frunció el ceño.

- La niña que me dio su naturaleza marina - explicó Elián -, dijo que tú habías venido a matar al mal. ¿Cómo lo supo?

- Quizá lo dije en mi desvarío.

- ¡Cuando, según eso, no sabías nada!

Oh, claro que lo sabía, pensó Elián malévolamente, al comprender que acababa de descubrir un secreto. El gobernador alzó las manos en una forma casi cómica.

- Bueno, algo sabía - reconoció -. Sólo lo de los cuentos, nada más.

- ¿Y Llwyr? ¿Qué sabía él?

- No le dije nada.

- Entonces... ¿querías que él te diera por muerto? - Elián se quedó asombrada.

- ¿Te mencionó eso?
- Para nada No.

- Siempre pensé que sabía algo.

- ¿Por qué te dejó venir, entonces?

- ¡Me traguen los abismos si lo sé! ¿Por qué te dejó venir a ti?

Elián respiró profundamente.

- No sabe que vine. Nunca me hubiera permitido bajar.

Elián se separó del grupo y se encaminó al cuarto oscuro donde había dejado sus pertenencias. Alguien le había preparado ahí un lecho de mantas de una extraña fibra. Tenía ganas de dormir mucho tiempo, todo lo que le fuera posible, de dejar a los hombres discutiendo, que a fin de cuentas todas sus posibilidades parecían condenadas al fracaso.

Alguien llamó a su puerta. Aconor, ¿quién más? Por lo visto, no la iba a dejar en paz por un buen rato.

- Sólo quiero hablar - pidió él -. No te voy a quitar mucho tiempo.

- Bueno - se resignó ella -. ¿Qué quieres?

- Sólo por curiosidad... ¿Por que viniste?

- ¿A Sol Gannet? Oh, de visita.

- No... aquí, al santuario.

- Ah... eso... eso no me da la gana decírtelo. ¿Ya es todo? - al ver que Aconor no respondía, Elián agitó la mano y se envolvió en sus mantas, de cara a la pared.

* * *

Elián estaba sola, y se agitaba, sin poder salir de un mal sueño. El Hyd Crawrth aguardaba en las profundidades. En la superficie, Llwyr, tratando de mantenerse tranquilo, intentaba una vez más ponerse en contacto con esa mente monstruosa.

El Hyd Crawrth percibió la intrusión, pero se conformó con ignorarla. Podía librarse de esa pequeña molestia si le venía en gana, pero tenía otras cosas en qué preocuparse. Ya tendría tiempo, más tarde. No sentía temor de la mezquina gente del mar, y mucho menos de los hombres que se ahogaban bajo el agua, pero su mediano poder de percepción le había hecho descubrir, hacía corto tiempo, cierta aura familiar en el templo.

Hacía siglos que había llegado, surgido de una oquedad submarina. Tenía entonces poco entendimiento y una vaga conciencia de existir, pero estaba hambriento, con un apetito antinatural. Permaneció en el fondo del mar, alimentándose de plantas, peces y magia primordial, aumentando de tamaño, hasta que un día se atrevió a salir a la superficie. El sol le hirió el único y sensible ojo, y cuando, medio ciego, volvió a sumergirse, sintió que odiaba esa cosa brillante y a todo lo que había bajo ella por encima del mar, y el odio fue el único sentimiento que pareció adquirir. La ceguera temporal, sin embargo, contribuyó a despertarle algo parecido a una antiguo conocimiento, algo que había estado siempre con él y que no se había manifestado hasta entonces. No desperdició tiempo en preguntarse quién lo había favorecido con ese don, sino que se concentró en el alcance de sus poderes, y se dio cuenta de que el mar podía llegar a pertenecerle y hacer su voluntad. La marea subía y bajaba a su gusto, cada ola seguía sus órdenes. Supo que el mar podría engullir algún día al aborrecido mundo de arriba.

La gente del mar, que habitaba de ordinario aquellas costas, avisó del peligro a los habitantes de Sol Ganneth. Los hombres no tardaron en comprobarlo por propia experiencia, cuando uno de sus barcos mercantes, que estaba por entrar a la bahía, desapareció bajo una madeja de tentáculos. Llamaron a la cosa Hyd Crawrth, un nombre antiguo, el nombre de uno de esos dioses horrendos que presidían los cultos más primitivos de la región. Con el tiempo, las aguas subieron y las resacas se hicieron más fuertes. Y así, el Hyd Crawrth comenzó a invadir la tierra.

Nunca llegó a comprender el poder que lo derrotó. Nunca hubiera creído que una de esas pequeñas criaturas de buen sabor sería capaz de enfrentársele. No sabía que también los hombres podían apoderarse de la magia y utilizarla para sus propios fines, ya fueran benéficos o perversos. Y tampoco contaba con la magia de tierra adentro. El viejo héroe que logró herirlo gravemente y hacerlo regresar por el agujero donde había venido había logrado conjuntar, perseverantemente, esa magia de la tierra y también la magia del mar en oposición a la cosa, y con ayuda de la gente del mar, se había sumergido a enfrentarla.

El Hyd Crawrth tenía grabada en la memoria la borrosa visión de aquel hombre, y una luz parecida a la del sol que había brotado de él, y había absorbido como una esponja toda su fuerza. Recordaba claramente el dolor. No había tenido más remedio que retirarse a su caverna, a proteger su maltrecha forma.

Y cuando, mucho tiempo después, y vuelta una parte de sus fuerzas, había decidido contraatacar, había encontrado su camino bloqueado por esa estructura, el Santuario.

El Santuario era mucho más que una simple tapadura en la oquedad por donde había aparecido el monstruo. El viejo héroe lo había hecho construír, como un símbolo de la unión de dos pueblos en una misma creencia, pero también como una fortaleza de poder contra amenazas futuras. Pues él había legado al templo la mitad de su magia, y ésta permanecía ahí, en estado latente, pero viva. La otra mitad se había devuelto a donde pertenecía, a la familia del viejo héroe, y se quedaría ahí, pasando de generación en generación, para que Sol Ganneth estuviera siempre a salvo, siempre ahí.

Pero, hacía algunos años, esa la magia del lugar había experimentado un decrecimiento repentino. Así lo notó el Hyd Crawrth, al encontrar que el sello que envolvía la mística fortaleza tenía resquicios suficientes para dejar pasar filamentos de su propia materia. De esa manera, el Hyd Crawrth había entrado el Santuario, reptando, alargándose y encogiéndose. Ya la tercera parte de él, incluyendo su ojo, estaba dentro del recinto. Le había tomado años hacerlo, pero no tenía ninguna prisa. Al cabo de un tiempo, el mar estuvo otra vez sometido a su voluntad, y su objetivo, el templo, quedó relativamente bajo su control. El templo era lo que le impedía destrozar el Santuario y emerger, era la fuente de la magia.

Pero el descubrimiento que había hecho hacía poco lo desconcertaba. Ese rastro de poder, el rastro del viejo héroe, había provocado una perturbación en el templo. Por eso, el Hyd Crawrth se obligaba a actuar con cautela. Y además de odio, comenzaba a sentir miedo.

* * *

Elián se cruzó de brazos, sin intentar ocultar su desaprobación.

- ¿Eso y ya? - preguntó. Aconor acababa de exponerle su plan.

- ¿Qué otra cosa podemos hacer? - dijo el antiguo general.

- Ni siquiera estás seguro... de que nuestro "heroísmo"... sirva de algo...

Muy simple. Ya que el ojo del Hyd Crawrth era el punto más seguramente vulnerable, lo único que había que hacer era lanzarse todos al mismo tiempo y tratar de reventárselo con una arma embadurnada de un veneno primitivo que habían logrado fabricar con sus escasos recursos. Los que quedaran vivos después de la maniobra, comprobarían entonces si habría funcionado o no. Muy sorprendente, pensó Elián, para un tipo que había logrado hacer sudar frío al pretencioso Erebus.

- Es estúpido, Aconor.

- Te digo que, con lo que contamos, no podemos hacer otra cosa.

Elián caminó de un lado al otro, golpeando el piso con su arco.

- Demasiado riesgo. Me estás diciendo, casi, que he venido a este maldito lugar sólo para compartir tu muerte - Elián casi sonrió al recordarse a la orilla del mar.

- Así es, me temo.

- ¿Qué sucede, Aconor? ¿Qué pasa contigo? - Elián sacudió la cabeza. Pensó que, ya que su viejo amigo se mostraba tan falto de imaginación, había llegado la hora de dar a conocer sus puntos de vista.

- Mira - dijo -, nunca me metí a una pelea sin estar segura de que la iba a ganar. Y nunca me acerqué a mis enemigos a menos de un buen tiro de flecha. Trae acá - le arrebató el mapa del santuario y lo puso en alto - Veamos... La maldita cosa... su maldito ojo, pues, está... ¿dónde habíamos dicho?, en el nivel tres. Eso está seco, ¿no? Ahí es donde según tu plan vamos a atacar.Y ahí es donde estaba la última salida que se cerró, ¿verdad? Bueno - asintió -, yo tengo a éste - golpeó su arco -, y puedo meterlo una de éstas - señaló sus dos únicos proyectiles -, o las dos, si puedo. No sé si eso bastará, pero te garantizo que le va a doler mucho. Como ves, es casi igual que tu plan, pero al menos nadie tiene que acercarse. Nada me molesta más que andar ariesgando el pellejo.

- ¿Y si el monstruo hace que se derrumbe el Santuario? - preguntó un hombre del mar.

- Oh, ya lo había pensado - respondió Elián -. Está la salida del tercer nivel...

- ... que está bloqueada...- intervino Aconor.

- ¡Oye, todavía no acabo! ¿Quién dice que, si la maldita cosa se debilita con el golpe, no terminará el bloqueo?

Los hombres la miraron fijamente, ella no supo si con extrañeza, o alguna otra cosa. Se le ocurrió que se había encontrado con esa mirada en alguna ocasión, en el rostro de algunos de sus soldados cundo recién había recibido de Aconor el mando del ejército. En aquel entonces había sabido cómo comportarse, era más joven y se sentía animosa. No como ahora.

- Me parece que no tenemos nada que perder - dijo suavemente, encorvando los hombros - Ésa es mi sugerencia.

Comenzó a retirarse, igual que el día anterior. Creyó que esta vez nadie la iba a seguir. Se equivocó, hasta cierto punto. Aconor no fue a buscarla al momento, pero se reunió con ella unas horas más tarde. Elián no dio señales de advertir su llegada, y no levantó la vista la primera vez que la llamó.

- Elián - repitió Aconor. Ella, en respuesta, arrojó al piso el trozo de fibra marina que estaba mordisqueando.

- Hemos estado discutiendo tu plan, querida...

- Es estúpido - completó Elián -. Ya sé. Si vienes a decirme eso, te ahorro la molestia. Tan estúpido como el tuyo. No creo que salgamos de ésta, Aconor. Ni tú, ni yo, ni los otros.

Aconor negó con la cabeza.

- Hace unas noches estuve rezando a los dioses. - dijo, acercándose a ella lentamente -. No pedí que me sacaran de aquí vivo... sólo que me diran alguna esperanza para mi gente. Y... también oré porque pudiera verte... aunque fuera por última vez...

- Tus dioses son muy buenos para decidir por la vida de otros, entonces - respondió Elián -. Mira... si piensas que alguna vez siquera me pasó por la cabeza morirme por ti... - su voz tembló -... entonces estás loco, enfermo y estúpido... ¿Crees que... que lo haría? - Elián pasó saliva y con ello su turbación parecíó disiparse. Una chispa de irónica diversión apareció en sus ojos -. En cuanto a que querías verme... no creo que a tu mujer le agrade enterarse de que...

Le pareció que Aconor acusaba el golpe.

- Ah, sí, Roda - dijo, titubeando -. Tuviste que haberla conocido, claro... Pero ella... Tengo que confesarte algo: nunca la he tocado. No sé qué clase de marido he sido para ella.

- ¿Tan pronto empiezas con esos problemas? - se burló Elián.

- Lo que quiero decir - dijo Aconor -, es que yo...

- Bueno, ¿de veras crees que me interesa mucho que te hayas acostado con ella o no?

- Elián... - parecía que iba a decir algo más, pero guardó silencio. Elián comenzaba a fastidiarse. Aconor había hecho ya muchas cosas incomprensibles, y ella no tenía que romperse la cabeza tratando de aclarárselas. ¿Por qué no iba al grano?

Pareció que el otro le hubiera leído la mente.

- Vine a decirte que vamos a hacer lo que nos dijiste, y deseaba saber si aún contamos contigo. Creo que, con una flecha bien puesta...

- No, no, tampoco te dije que estaba segura de que iba a funcionar. Una herida muy pequeña en un cuerpo demasiado grande. Y no sé nada de ese veneno de ustedes.

- Uno de mis amigos dice que lo han usado para animales grandes.

- Nunca envenené mis armas. Me daba pánico que alguien se cortara con ellas. Pero supongo que en este caso, nos convendría. Mis armas y las tuyas. No hay que desperdiciar ni un rasguño.

- De acuerdo.

- Me conformo con que esto no se inunde. No creo poder tirar bajo el agua.

- Bien.

Aconor se levantó y salió para impartir órdenes, pero se detuvo cuando sintió el contacto de la mano de Elián en su hombro.

- Otra cosa - dijo ella -. ¿No tienen por aquí una piedra muy dura, o algo parecido? Quiero puntas más grandes para mis flechas.

- Te la conseguiré - Elián no lo había soltado. Miraba hacia el piso, con labios apretados.

- Sabes - pensó en voz alta -, creo que de todos modos no funcionará. Lo menos que debiste haber hecho era traer un mago. Como el viejo héroe. Como Llwyr.

- Me alegra que Llwyr no esté metido en ésto - sonrió Aconor -. Siempre me sentí un poco su hermano mayor. Estoy más tranquilo sabiendo que está afuera, a salvo.

- Llwyr no es ningún cobarde - replicó Elián -. Te hubiera seguido si le hubieras dicho lo que querías hacer. Y si piensas que fingir tu muerte iba a servirle de algo...

- No quería fingir mi muerte... Bueno, quise hacer las cosas solo. De cualquier forma, tarde o temprano se enteraría.

- No se va a enterar, si esto sigue así - dijo Elián -. Si pudiera hablar con él... Le diría que se fuera, tan lejos como fuera posible. Que le diera a Erebus un buen susto... por mí.

- Erebus... No. No dejaría a Llwyr solo contra Erebus.

- Yo tampoco. Por eso vamos a salir. Vamos a salir, ¿verdad, querido?

Elián volvió a mirar a Aconor. Su rostro maduro conservaba la apostura de los viejos tiempos, y, al mirarlo con atención, la mujer descubrió que su mirada se parecía a la otra, la que estaba llena de comprensión y de algo más; algo que nunca iba a poder definir. Elián pensó, de golpe, que, aunque no existiera un futuro para ellos, ese presente era algo por lo que valía la pena perderlo.

- ¿Cómo pude estar lejos tanto tiempo...? - dijo, temblando, y Aconor la estrechó fuertemente en sus brazos, y la besó en los cabellos, en las sienes y en los labios.

Elián se separó, riendo nerviosamente. Aconor trató de tomar la mano con la que ella lo abrazaba, pero ella no la quitó. Siguió riendo. Su rostro, que ya no era joven y que nunca había sido especialmente agraciado, siempre había resultado hermoso para él. En aquellos momentos especialmente, Aconor pensó que lucía radiante.

- ¿Qué voy a hacer con Roda? - rió, avergonzado. Elián duplicó sus carcajadas.

- No creo que esté bien devolvérsela a sus padres. Te ganaría mala reputación. Podrías conseguirle un amante más joven y guapo. No tendría por qué quejarse. Te aseguro que en cualquier cambio que hiciera saldría ganando.

- ¿Y Erebus?

- El pobre viejo se va a llevar una sorpresa. Conmigo ya ha de soñar, pero, ¿crees que se acuerde de nosotros juntos? “Los amiguitos de Ffonydd de Bryn Aur, Erebus. A que no te lo esperabas”. Y por los dioses que le daremos una buena sacudida. Y esta vez, será la última. Se va a regresar a su país con el rabo entre las patas. Aconor - siguió diciendo jovialmente, como si conversara sobre asuntos domésticos -, ¿te conté que mi gente y yo tenemos pensado marchar sobre Lloigar...?

Aconor, en un amistoso ademán, le palmeó la espalda, y él y Elián salieron juntos para concluir los preparativos del inverosímil plan de ataque.

* * *

El grupo bajó al tercer nivel por la entrada más alejada de donde, según había reportado el último hombre del mar que lo había vigilado, se encontraba su enemigo. Era éste espía quién abría la marcha. Elián iba inmediatamente tras él. Después seguían Aconor y los otros. Habían pasado varios días de incertidumbre, de sobresaltos constantes, de una espera que destrozaba los nervios. El Hyd Crawrth tenía que alcanzar el lugar convenido.

Los hombres atravesaron un pasillo alargado que se bifurcaba en varios sitios, y fueron a dar a un cuarto más o menos pequeño que parecía haber hecho de almacén y que tenía dos puertas situadas en paredes opuestas.

Se detuvieron en este punto.

- Aquí - explicó el guía -. Detrás de esta puerta, hay una pared que da vuelta unos pasos hacia la izquierda. Al doblar la esquina, a unos pocos metros... ahí está.

Aconor asintió.

- Tenemos que movernos de prisa - comentó, y descubrió la punta de la lanza que llevaba. - Seguramente nos ha olido ya. ¿Te sientes mal, Elián?

La mujer respondió con una brusca sacudida de cabeza. Ya no era capaz de disimular su nerviosismo; le temblaban ligeramente los labios, estaba muy pálida y con frecuencia se llevaba las mano a los cabellos para sacudirse un sudor helado. A pesar de que, al paso de los días, se había acostumbrado a la humedad del ambiente, sentía escalofríos en todo el cuerpo. Se estremeció.

- Elián - le dijo quedamente Aconor. Ella comprendió. No podrían posponer la maniobra otro día. Tenía que serenarse.

- Estoy bien - dijo.

- Entonces terminemos con ésto.

Elián sacó de la aljaba una de sus dos flechas, ahora reforzadas y con puntas nuevas. Unos cortísimos instantes antes de colocarla en el arco, la apretó en el puño.- Ya estoy lista.

El guía abrió la puerta, y el grupo se deslizó hacia el pasillo. Frente a ellos estaba la última pared. Al dar la vuelta, a unos cien pasos o menos, estaría el Hyd Crawrth, y, a sesenta pasos a mano derecha, otro pasillo, la ruta más corta a la supuesta vía de escape.

Cada hombre preparó sus armas (lanzas largas, en su mayoría). Elián se volvió a ver a Aconor. Por unos instantes, los dos se contemplaron.

- Ya estoy lista - repitió la mujer.

- Suerte - musitó él.

Hizo una movimiento brusco con la mano y en seguida Elián echó a correr.

La carrera no duró más que unos tres segundos, pero a Elián le parecieron siglos. Sabía que sus compañeros la seguían, pero de algún modo se sentía sola, sola con su miedo. Sintió que el mundo yacía sobre sus espaldas. A punto estuvo de tropezar.

Al doblar la esquina, supo que encaraba a su enemigo. Frente a ella, las paredes iluminadas parecían tener una grieta de oscuridad. Esa grieta era en realidad una gigantesca maraña de filamentos viscosos, al parecer sin un punto de unión aparente. Algunos se adherían a las paredes, otros se movían perezosamente por el piso. El algún sitio de la maraña, estaba colocada como al descuido una esfera que tenía la consistencia de un huevo de serpiente, con una cicatriz horizontal dividiéndola a la mitad; el ojo, cerrado.

Elián se detuvo, y lo contempló un instante. Caminó unos pasos hacia él. Se había propuesto no asustarse, pero ahora se daba cuenta de que no sería necesario. El temor no iba a dominarla. El Hyd Crawrth real no era la mitad de terrible del Hyd Crawrth que había aparecido en sus pesadillas. Parecía una madeja deshilachada y empapada de grasa. No tenía en lo más mínimo la apariencia de un dios. Elián sintió deseos de reírse de sus antiguos temores ahí mismo. Pero una idea repentina detuvo sus pensamientos. ¿Qué clase de ser era ese Hyd Crawrth? ¿No era tan sensible a las presencias extrañas? ¿Por qué no reaccionaba de alguna manera? ¿Por qué no se movía? Quizás estaría fingiendo.

Como respuesta a esas interrogantes, el ojo se abrió lentamente, soltando una franja de iluminación. Su vista hizo retroceder a Elián. Estaba cargada de odio, de un odio casi palpable. Elián comprendió al instante el temor de Llwyr al enfrentar aquella cosa. Probablemente era lo mismo que ella sentía en ese momento. Nunca se le hubiera ocurrido que, en ese mismo momento, cuando en el mundo de la superficie se veían desaparecer las últimas estrellas, Llwyr estaba una vez más enviando su mente a las profundidades, y acababa de detectar un resquicio por donde penetrar a la mente de su enemigo, una flaqueza que no conseguía explicarse.

La cosa hizo un movimiento semejante a un espasmo. Elián vaciló al sentir que el suelo temblaba, pero finalmente alzó el arco y apuntó.

Y entonces Elián se dio cuenta completa de algo que no había entrado de lleno a su cabeza. No podía ver a lo lejos más que una mancha de luz. Disparó. La flecha, no muy lejos de su blanco, fue a perderse, inofensiva, entre los hilos viscosos. Elián se quedó observándola, impotente. ¿Cómo había podido ser tan estúpida?, se reprochó amargamente. Sus ojos ya no eran jóvenes. Tenía que cerrarlos para ver a lo lejos, y aun así, su capacidad de atinar a un blanco había disminuido considerablemente. Elián, inmóvil, vio cómo llegaban los compañeros que se habían confiado a sus habilidades.

El Hyd Crawrth eligió ese momento para atacar. Los tentáculos temblaron, y se movieron como miles de serpientes.

Aconor, de un empujón, apartó a Elián del primer latigazo y la arrastró hacia atrás. Los demás, esquivando como podían los tentáculos, lanzaron sus armas hacia el ojo. Uno de los golpes alcanzó a uno de los hombres del mar, abriéndole un profundo corte en el torso.

Elián se deshizo del brazo de Aconor y se puso de pie. Apartándose un poco hacia el fondo, colocó la segunda flecha en el arco y gritó a los demás que se apartaran. Apuntó de nuevo, pero un instante antes de soltar el proyectil, cerró los ojos.

El suelo se sacudió con una violencia que le hizo perder el equilibrio. Al abrir los ojos, vio al Hyd Crawrth moviendo frenéticamente los tentáculos hacia todos lados. Lo que había sido su ojo era una tripa deshinchada, que latía como una víscera, pero era ya inútil. La flecha de Elián continuaba hundida en él, aún cuando los brazos trataban de arrancársela.

Comenzó a escucharse un extraño zumbido, y, en en menos de un segundo un chorro de agua entró por el pasillo de la derecha.

- ¡El escape está libre! - gritó uno de los hombres del mar. En ese momento uno de los tentáculos se enrolló en su cintura y lo arrastró hacia la maraña.

Los cinco hombres del mar restantes llegaron hasta la entrada y se sumergieron, nadando contra corriente. Aconor, antes de seguirlos se volvió, y vio que Elián había desenvainado sus dagas y trataba de soltar al otro hombre del mar. Con una mano contenía los golpes dirigidos hacia ellos, mientras que con la otra trataba de arrancar el tentáculo.

Aconor trató de ir hacia ellos.

- ¡Elián! - llamó.

- ¡Vete, Aconor! - respondió ella.

Las paredes del Santuario comenzaron a cuartearse. El agua les llegaba hasta los muslos, y seguía subiendo. Un trozo del techo se desprendió, y fue a caer casi a los pies de Elián. Ésta, a punto de liberar al hombre, apenas pareció advertirlo.

Una vez que consiguió que el Hyd Crawrth soltara su presa, se apartó junto con él del alcance del monstruo. El hombre sangraba. Elián ya había notado que algunos de los tentáculos del Hyd Crawrth estaban dentados. Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que Aconor había desaparecido.

- Debe haberse marchado ya - pensó, y se sorprendió por aquella actitud. Hizo que el herido se apoyara en ella, y se dirigieron con dificultad hacia el pasillo de la derecha.

- El escape está a la vuelta - dijo el hombre del mar -. No falta mucho.

Iba Elián a responder, cuando una tremenda sacudida los arrojó al suelo. Una lluvia de lodo y fragmentos de coral cayó sobre ellos. Elián, que había cubierto con su cuerpo al herido, levantó la cabeza en cuanto pudo sacudirse los escombros. El camino delante de ellos había quedado bloqueado.

- Dioses... - murmuró, desalentada. El hombre del mar la tomó del brazo.

- Todavía podemos salir - le dijo -. Alguno de estos callejones estará bien.

- ¿A dónde?

- Al templo.

* * *

El Hyd Crawrth estaba ciego, pero su mente podía ver aún, y sentir. La flecha de Elián había alcanzado su único órgano importante, y eso lo había debilitado, pero aún quedaba su magia. Podía defenderse, devolver el golpe. Con todo, oleadas de alarma lo perturbaron. Se arrastró furiosamente, trató de atravesar los cortantes escombros. Pero no podía guiarse bien. La conciencia de su vulnerabilidad estaba ahí. Había reconocido el poder. Sabía el por qué de su reconocimiento. Aquel poder, su antiguo enemigo, que lo había derrotado tantos años atrás.

Por encima de él, el altar negro vibraba como una criatura ansiosa. El poder, expectante, iba a concentrarse ahí. Y el ser terrestre que tenía en las manos la llave para desatar ese poder se encaminaba hacia el templo. Tenía que impedírselo. No podía permitirse otra derrota.

Con ese pensamiento, el Hyd Crawrth hizo de lado la molesta pero insignificante mente humana que había logrado echar un vistazo a su interior, y empujó su masa contra el Santuario.

Llwyr salió bruscamente de su trance. La idea completa de lo que estaba ocurriendo le cayó en la cabeza de golpe.

Elián retiró a su compañero apenas a tiempo para evitar que un nuevo derrumbe les cayera encima.

En el templo, aguardaba la sombra del viejo héroe.

* * *

El nivel superior estaba casi completamente inundado. Elián y el hombre del mar nadaban como podían entre las corrientes. Habían estado recorriendo el mismo camino por el que ella había bajado unas semanas antes.

Elián se sentía muy cansada. Supuso que debía estar herida, quizás de gravedad, pero no sentía dolor en ningún sitio específico del cuerpo. Se sentía entumecida, y su nariz volvía a experimentar las molestias de respirar bajo el agua. Su compañero también parecía estar mal. Avanzaron con dificultad, aferrándose a los escombros, ayudándose mutuamente. Por fin, llegaron al corredor que daba al templo. Elián abrió la trampilla, se impulsó hacia arriba y sacó después al hombre.

Lo primero que atrajo su vista fue el altar. Se había vuelto de color blanco, y brillaba con un resplandor semejante al de la luz del sol. Aún a pesar de ella, Elián alcanzó a ver la figura inclinada sobre el altar, y supo quien era. Caminó hacia él, pero hubo algo, no comprendió qué cosa, que la hizo detenerse. Abrió la boca, pero no gritó. Sintió su voz resonándole en los oídos, pero supo que no había forma de que él la oyera.

Entonces, la figura junto al altar levantó la cabeza, y la miró directamente.

Sus ojos. Los ojos. Como la primera vez que lo había visto, y se había sentido tan asustada. Los mismos ojos que sorprendía en miradas ocasionales. Los ojos que ahora parecían absorber la luz bajo sus manos.

Aconor, sin despegar las manos del altar, hizo una seña con la cabeza, indicando la gran entrada del Santuario. Elián negó con la cabeza, y en ese momento un fuerte impulso de la corriente marina la arrastró hacia la puerta. Al cuerpo de Aconor no pareció afectarle ésto. Elián lo vio una última vez, mientras luchaba por aferrarse a los pilares. No supo dónde se había quedado el hombre del mar que la acompañaba.

El mar la zarandeó varias veces antes de lanzarla a la superficie. Elián tenía aún su naturaleza marina, pero estaba demasiado agotada para siquiera tratar de adivinar en qué dirección se hallaba la costa. Sintió entonces otro tirón, semejante a una ola, pero que la hacía desplazarse en forma recta. Unos segundos después, sus pies tocaron fondo, y unos brazos la sostuvieron al tambalearse.

Llwyr, concluído el hechizo, la atrajo hacia así.

- Aconor está allá adentro - jadeó ella.

- Sí, ya lo sé - respondió el mago -. Ahora ya lo sé.

Sus ojos se desviaron del mar hacia Elián y la cara se le contrajo.

- Dioses, Elián - murmuró, horrorizado. Elián se miró el abdomen. Sus ropas estaban llenas de sangre. Tenía contusiones y vario cortes, pero uno de ellos era muy hondo. Elián consideró la herida casi con indiferencia. Parecía un golpe de espada. Los había visto iguales o peores, y nunca había visto que un hombre durara más de un minuto con ellos. Los bordes de la herida estaban tumefactos, y la piel que la rodeaba se veía mortalmente blanca.

Mi cara debe tener la misma tonalidad, pensó Elián. No lo voy aguantar mucho. No está mal del todo, puesto que no duele.

Llwyr la ayudó a tenderse sobre la arena. Elián observó la preocupación mal disimulada que oscurecía sus ojos.

- Vas a salir de ésta, Elián - oyó que le decía.

Elián apretó los dientes cuando él puso los dedos sobre la herida. Lo oyó cantar una extraña melodía. Un momento después, ya no sintió nada. No sintió nada. Trató de palparse el vientre.

- No, no te toques - le dijo Llwyr -. Es provisional. Te atenderé después.

Oh, sí, pensó ella con una media sonrisa. Los viejos escritos de Éirí Lann. Así que Llwyr había cumplido su viejo sueño. Era ahora un mago que sabía curar.

Elián se puso en pie cuidadosamente, ayudada por Llwyr. El mar parecía una gran caldera de agua hirviendo. Llwyr la había apartado de las olas, pero hasta donde se encontraban llegaban ocasionales salpicones. En el lugar donde se hallaba el Santuario, se veía una mancha blanca, como una linterna sumergida.

- Aconor está ahí adentro - repitió Elián -. No sé qué está pasando, Llwyr.

- Está bien - respondió Llwyr, frotándose las sienes para aliviar un poco el mareo que le ocasionaban las energías gastadas en el uso de la magia -. Lo sentí.

- ¿Qué sentiste?

Llwyr miraba hacia el mar. De pronto soltó un respingo. Algunas personas (gente del mar y de la tierra) que habían salido de sus casas y se les habían unido en la orilla comenzaron a gritar cosas que Elián no pudo entender,

El mar se había calmado de pronto, pero era una calma forzada, antinatural. Ni siquiera había olas. Y cuando la marea, de alguna forma, comenzó a retroceder, los gritos se duplicaron.

Con lentitud, el agua se deslizó hacia adentro. La espuma descubrió el trozo de playa sumergida, los arrecifes, el templo. Los que estaban en la costa ya no hablaron; observaron, fascinados, el extraño fenómeno. En un lapso de tiempo que a muchos les pareció atrozmente lento, el mar dejó al descubierto la portentosa construcción submarina.

No muy lejos, hacia el horizonte, el agua se acumuló en lo que parecía ser una montaña parda. La ola se fue elevando a medida que avanzaba, despacio, hacia la tierra, y la cresta se dobló, tomando la forma de un mazo.

La gran ola se precipitó sobre el templo. Algo pareció estallar dentro del Santuario entonces. El templo se convirtió en un trozo de sol, y sus rayos atravesaron la montaña de agua.

Ésta pareció congelarse, y se quedó estática por un momento; después, las aguas se elevaron, tomando la forma del cono invertido de un tornado, que alcanzó tal altura que la punta pronto se perdió de vista. La luz del templo se extinguió poco a poco, y de la misma manera, la torre de agua bajó, sin salpicar siquiera, cubriendo el Santuario y los acantilados. Las olas reanudaron su movimiento de ordinario, como un cuerpo que ha vuelto a respirar.

Llwyr se dejó caer de rodillas en la arena. Un hombre que se había acercado le preguntó:

- ¿Tú hiciste eso, mago?

Llwyr movió la cabeza. La gente comenzaba a caminar hacia el mar, a tocar el agua, con expresión de incredulidad. Entre ellos, Llwyr vio a Elián. Fue hacia ella y la tomó firmemente por los hombros. Elián estaba todavía muy pálida y tenía los ojos húmedos, pero al volverse hacia él sonrió.

- Déjame ir, ¿quieres? - le dijo.

- No, iré yo.

- Oh, vamos, Llwyr, suéltame - replicó ella con fastidio fingido, y se deshizo afectuosamente de su contacto.

- Elián... - dijo Llwyr. Había en su voz un matiz extraño, de amarga desesperación, que hizo que Elián se volviera inmediatamente hacia él. Llwyr jamás había hablado así. Parecía haberse convertido en otra persona. Mirándolo a los ojos, Elián se topó con una intensidad que nunca antes había visto. Comprendió. El descubrimiento la hizo retroceder.

- Oh, Llwyr - musitó -, yo... no lo sabía, no lo sabía...

Llwyr apartó la mirada. Estrechó las manos de Elián apenas unos segundos.

- Anda, ve - le dijo.

Elián volvió la vista al mar, y después hacia su amigo. Llwyr, estaba sonriendo; era una sonrisa triste. Las olas, cuyo nivel había descendido considerablemente, dejaban ver una parte de los pilares del templo.

Elián entró al mar. El sol, asomándose por sobre las murallas de Sol Ganneth, se reflejaba en la piedra coralina del templo. Frente a la mujer, entre la espuma, surgió la cabeza de un hombre.

Elián corrió hacia él, llamándolo; el hombre, con el rostro inexpresivo, movió la cabeza en dirección a su voz. Tenía los ojos dirigidos a ninguna parte. Era una mirada ciega, hasta cierto modo diferente, pero Elián la reconoció.

Se acercó al hombre y lo atrajo hacia sí; el hombre palpó sus cabellos y su rostro, y después de unos segundos, cerró los ojos y apoyó la cabeza en el hombro de ella.

Llwyr, aún en lucha con sus emociones, observó el abrazo desde la playa. Tras algunos instantes de duda, echó a andar hacia sus amigos. El sol, a sus espaldas, se oscureció rápidamente tras las nubes. A lo lejos, tierra adentro, sonó un relámpago. Venía otra borrasca.



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